BEHIALA. Café.


En la calle Comedias de Pamplona, la fachada del café Behiala ocupa pocos metros. Si no tuviera un interés comercial, interpretaría que quiere pasar desapercibida. Su madera entre cristales, pintada de blanco, se funde con la pared que la rodea, en un intento de ser agradable, cercana, dulce y suavemente atractiva.

En su interior, seis pequeñas mesas, de diferentes tipos, formas dispares, materiales y tamaños diversos y dos mesas altas que sólo acompañan a la atmósfera del local cuando están situadas en la calle.

Hoy, he elegido una mesa redonda y pequeña, de patas metálicas y cubierta de madera que deja huecos entre las tablas. Es una antigua mesa de jardín o de velador romántico, que me provoca la ilusión de estar en medio de un parque, sin vislumbrar todavía la huida del verano.

La pared de mi derecha, también blanca, está cubierta de cuadros y espejos de diversos tamaños creando una armonía con la diversidad elegida con amor.

La de mi izquierda, sobre la que apoyo mi hombro, está ocupada por pequeñas estanterías y cajas, hechas para albergar cualquier cosa que merezca la pena mostrar a los que entran.

Frente a mí, los servicios y la cocina, continuidad del local del que lo separa un mostrador también blanco, sobre el que se apoyan tarros y campanas de cristal que contienen tartas y pastas artesanas.

Pido un té roibos y una tostada de aceite y tomate que me sirven con tomate fresco, recién cortado y cubierto de semillas de chía.

Las suaves luces que cuelgan del techo, dan al local un ambiente de acogida, de calidez e intimidad en la que te puedes recoger como un caracol, hacia ti mismo.

El aire se mueve sobre los parroquianos desde un ventilador de aspas que cuelga del centro del techo. Una música agradable, tan bien elegida que parece la haya pinchado el propio local, nos envuelve sin molestar, acompañando lo que estés haciendo, sirviendo de soporte a tus pensamientos.

Detrás de mí, en una mesa rectangular de madera, una joven consulta su móvil mientras se toma su café. Detrás de ella, mirando a la calle, otra mujer lee absorta el periódico mientras se toma su consumición. Junto a la pared de mi derecha, al lado de la calle, una joven rubia, cuyo aspecto oscila entre la de una cliente habitual y la de una extranjera de paso, misterio, observa todo con atención. A mi derecha, un joven con la cabeza afeitada maneja su móvil mientras toma un café y se distancia de un regalo envuelto en un papel de lunares que descansa delante suya sobre la mesa.

Sentado a mi mesa, escribo estas líneas en completo silencio, agradeciendo el espacio que me envuelve, concentrado sin que nada me confunda, pero sintiendo que hay puertas abiertas que me rodean y me invitan a comunicarme con los que me acompañan.

Es un local para leer, para escribir, para tomar un té cogiéndole la mano a la persona amada, para mantener una íntima conversación con un amigo, para hacer un descanso sosegado en medio de un largo paseo.

Así lo he vivido, hoy.


Pamplona, 13 de septiembre de 2018


Isidoro Parra

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