INVIERNO VII. Blanco
“Y, en invierno, contemplo la nieve que se acumula como nuestras faltas y se derrite como una expiación.”
Kamo no Chomei (Pensamientos desde mi cabaña).
Urbasa se viste de gala, se cubre de blanco para celebrar el recogimiento de su ser. Cada vez que nieva en esta sierra, todas las voces callan para dejar su espacio al silencio más profundo.
Al silencio se suma la quietud de todo lo que vive en esta tierra, todo se inmoviliza para dejarme sentir la respiración de la naturaleza.
Y en medio de ese silencio mi cuerpo baja también su ritmo para fundirse en esa nueva piel que le ha nacido a la tierra.
Contemplo las ramas de las hayas cubiertas de armiño, sabiendo que ese pulso silencioso se llevará a algunas de ellas por delante para dejarlas tendidas y ofrecidas al fuego, pero la mayoría beberán el agua del deshielo, alimentarán sus raíces para permanecer ancladas a las entrañas de la tierra.
El frio que me envuelve desconecta mis pensamientos más banales para centrar mi atención en los tenues cambios de color, en los pequeños espacios negros que siluetean las piedras y los árboles de esa nube blanca que todo lo envuelve.
Estoy ante un escenario que acelera mi meditación interior, que prepara mi cuerpo para el vacío, para que la nada se expanda y lo invada todo.
Sobran las palabras, se sumergen en una caída hacia el fondo blanco del horizonte y la imagen toma el espacio de la voz, alimentando todos los sentidos.
No me invade ninguna voz, nada me despista de la belleza. Permanezco en silencio hasta que el frio penetra en mi cuerpo a través de mis ropajes.
Nadie me llama salvo el silencio.
Nadie me distrae salvo el negro sobre el blanco.
Nada atrapa el silencio como la nieve.
Todo se acumula en mi mirada.
Prefiero la mirada a la caricia algodonosa de la nieve.
La mirada me mantiene ausente en la presencia.
La presencia es blanca y mi mirada triste, pero esperanzada.
Todo sucede en un blanco y hermoso día de invierno.
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