INVIERNO VIII. Árbol y día.

 


“Ese momento en que la luz parece

provenir de la tierra

y la noche no llega todavía.”

José Mateos (Silencios escogidos: La Tarde – Cantos de Ida y vuelta)



El invierno en mi casa de Amillano es un escenario de recogimiento en el que el silencio se hace dueño de la vida en muchos momentos; en otros, es el viento el que sacude ese silencio y mi paz, alborotando pensamientos y creando desasosiegos.


También hay días en los que sol luce más que en primavera y sus rayos brillantes se convierten en los destellos de un faro en el borde del mundo.


El sol en invierno se hace protagonista en las ramas desnudas de los árboles, juega con ellas para darles nueva vida y las acaricia para mantener viva la vida que bulle en su interior.


Hoy, al final de un atardecer majestuoso, observaba las ramas desnudas de unos chopos que sobresalen hacia el aire por encima del tejado de una casa vecina.


Las ramas parecían encendidas por el sol, brillaban en contraste con un cielo encapotado que parecía querer desbordarse sobre las montañas que nos rodean: oro sonriente sobre un azul de amenazas.


La imagen era el rostro de la esperanza contra los malos presagios. Daban ganas de plantarse como si fueses un árbol y esperar que los rayos de sol te iluminen para alimentar tu savia interior, hacer frente al desaliento y resistir, al menos, el embate de las tormentas para esperar otro día, otro amanecer en el que renovar la confianza.


Miraba ese chopo y la luz que lo envuelve y veía el aliento que me permite dar el siguiente paso, mantener viva la sonrisa, abierta la mirada y los sentidos.


Creo que la naturaleza nos manda mensajes de forma continua y es igual que sean ciertos o imaginados. Solamente son ciertos si tú te los crees, si los incluyes en tus archivos, en tus conductas cotidianas, si te hacen vivir unos segundos en otra dimensión, si te hacen sentirte algo más que una sombra.


¡Qué sería de nosotros sin la belleza!


Amillano, enero 2018

Isidoro Parra



 



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