INVIERNO X. El sol y la piel desnuda

“Y no hay realidad del tiempo que no sea el instante.”

Iván Carvajal (Tentativa y zozobra – Sí oí mi nombre).

Aprovecho esta mañana de enero en la que el sol ha lucido espléndido para recorrer un día más los caminos que bordean las orillas de nuestro querido río Arga. 

La temperatura es baja y el frio regenera la circulación bajo mi piel al ritmo de mis pasos. No hay muchas personas paseando y el sol lo inunda todo, llenando los espacios vacíos entre los árboles y el río.

 

La mañana se presta a la contemplación y a detenerse dejando que el calor del astro rey alivie el azote del frío.

Además, el río, que también recibe más rayos de sol que en otras estaciones, se agranda hasta convertirse en un espejo brillante, atractivo como una tentación. Los árboles, desnudos, dejan abiertas las puertas y ventanas para que el sol se adueñe de los caminos y de los reflejos de sus aguas.

No es difícil detenerse y dejarse llevar por el paisaje. Desde este puente nuevo, hecho de hierro y cemento, cerca de otros más antiguos de piedra, contemplo este regalo del invierno.

El río es un camino de plata que refleja el cielo azul y las nubes blancas estableciendo una conexión entre rio y cielo, entre la piel del río y la corteza desnuda de los árboles. Sus ramas expuestas al sol se retratan en la superficie detenida de las aguas.

No hay una línea de color que desgarre la imagen, todo es armonía en el escenario.

La multiplicación de la imagen no la destruye, crea un equilibrio sostenido por la belleza y la simplicidad de sus elementos.

Y mi corazón busca participar de esa armonía, dejarme impregnar de su belleza, llevarme su recuerdo en la parte posterior de mis pupilas, guardarlo como un tesoro, a sabiendas de que el rapto de la belleza la destruye, de que solo es posible mantenerla en el lugar y momento en el que se crea.

Dejémosla ahí, gocemos de ella y esperemos que otros la disfruten porque la belleza siempre suma, nunca resta.

Pamplona, febrero de 2019

Isidoro Parra Macua