LA DESPEDIDA AUSENTE.



Amigo, te he escuchado el tiempo que me has permitido. Lamentablemente no hemos podido hacerlo de frente, viéndonos y apoyándonos en los gestos o en las lágrimas.


Me has contado la muerte de tu padre, con ochenta años, en una UCI de hospital, víctima del Coronavirus que le ha secado sus pulmones, que le ha robado el aire hasta la muerte.


Me has hablado de la tristeza y la rabia por no poder despedirle, por no poder darle un abrazo y decirle que le querías, que a pesar de no haberle visto mucho en los últimos años no solamente le quieres sino que sientes que le perteneces, que tú eres una parte amplia de él y que él va a seguir viviendo en ti porque es imposible que dejes de ser él.


Me has hablado de que has vivido y sigues viviendo momentos en los que crees volverte loco, pensando en lo que estaría pensando y sintiendo tu padre cuando ya era consciente de que iba a morir, en la soledad sin horizontes que le rodeaba, en cuáles habrían sido sus palabras de haber tenido la oportunidad de hablar contigo, en si le habría gustado darte un abrazo como a ti te gustaría haberlo hecho, en si -venciendo el rubor y la timidez- os hubierais dado un beso, de sus labios en tu piel, de tus labios en la suya, en lo mucho que vas a echar en falta los besos que no les has dado.


Me has hablado del dolor que te producen las distancias que has marcado siempre con tu padre, la diferencia de años, de ideas, de enfoques en la vida, las decisiones de cada etapa de la vida de los dos, todo lo que te ha impedido mirarle más a los ojos y ver el brillo del orgullo que los suyos despedían cuando te miraba.


Me has hablado del momento de la despedida cuando le tuvieron que ingresar. El breve momento de espera a los sanitarios y ambulancia en el que pudiste hablar con él con frases vacías: tranquilo, no te preocupes, vas a estar en buenas manos, esto no va a poder contigo. Ni un beso pudiste darle ya, el cuidado ante el posible contagio marcaba la distancia. Ahora piensas en lo que podías haberle dicho y no le dijiste.


Me has hablado de que a fuerza de vacíos, te has convertido en un vacío imposible de llenar.


Apenas has seguido durante unos minutos y unos metros a un ataúd en el que piensas que estaba tu padre, lo que quedaba de él, la cara que ya no ibas a ver más, con tu frente despejada de todo menos de buenos pensamientos, sus manos ya frías que nunca te iban a acariciar y piensas en los gestos que rechazaste, en los abrazos que no diste.


Yo te he escuchado. En algunos momentos he llorado como un niño, pero he evitado que lo notaras –siempre aparentando lo que no somos-, era más importante escucharte, que fueras tú el que hablaras. 


No sé si habrás echado en falta otras palabras de mi parte, pero quiero que sepas que me has ayudado, que te voy a ayudar a sostener el peso vacío que te ha dejado esa despedida secuestrada, que pasarán algunos días y nos miraremos a los ojos y te diré con la voz y la mirada que no estás solo, ni en tus pasos no dados ni en lo callado por respeto o por amor.


Me has hablado de la soledad en la que te ha dejado su muerte y en la rabia de esa despedida que no ha podido ser. Me dices que ese abandono te ha dejado al borde de un abismo que te atrae y al que no te puedes resistir.


Me has dicho que te sientes roto y desamparado de ti mismo.


Aquí te brindo mi mano, por favor, tómala pronto, que la voluntad es fruto de un instante.




LA DESPEDIDA AUSENTE


Miro y nada veo,

quiero hablar y escucho mi silencio,

la huella de tu ausencia me deja

perdido, con mi camino cortado.


                                                        Te escribo las palabras

                                                        que nunca te dije, 

                                                        te abro mis brazos

                                                        para llenarlos de tu ausencia.


                                                        Ausencia es la palabra,

                                                        la sensación que me embarga,

                                                        lo que siente mi piel

                                                        y extraña mi mirada.

    

                                                        Echo de menos tu áspera piel,

                                                        tus manos que huyen de las mías, 

                                                        tus ojos que ya no buscarán

                                                        mi mirada ausente.


                                                        Espérame para darnos 

                                                        los abrazos que no nos dimos

                                                        y para decirnos 

                                                        lo que siempre callamos.



Pamplona, mayo de 2020

Isidoro Parra Macua.

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