CAFÉ ALLEGRO. Café de especialidades.


Este café no precisa estar ubicado en un sitio comercial, sólo precisa tiempo para ser conocido. Tal vez por eso, pasados unos meses de su apertura, he sabido de su existencia y lo he visitado.


Ocupa una esquina de la Avenida Sancho el Fuerte, de Pamplona, y se asienta con firmeza, abierto a la calle y con su interior protegido, sus amplias cristaleras que le dan luz y lo abren al bullicio de las aceras.


Es un establecimientos moderno, que intenta ajustarse a nuevos gustos y formas de reunirse, creando espacios sin distracción, hacia adentro, diría, y otros en los que la vista de lo que pasa por la calle y la sensación de ser visto se mezclan sin problemas con la conversación pausada o la mirada hacia ti mismo.


Es un café de grandes urbes, un café para pasar desapercibido y, al mismo tiempo, sentirse parte de su vida. Es el compañero con el que quieres volver a estar. Es un lugar que se queda grabado en tu memoria y en tus propósitos.


La madera clara de sus mesas, del mostrador y los asientos, en un diseño de posiciones en el que debes mirar a quién te acompaña o volcarte hacia el aire de la calle, hacen que te sientas en un espacio elegido, personal. Hay huecos para todo tipo de estadías, las rápidas y las tranquilas, las de lobo solitario que se come las entrañas y las que disfrutan de la compañía elegida, las que solo buscan el placer de la boca o las que buscan crear un espacio especial en el que sentirse cómodo.


Puertas adentro, disfruta de una luz que parece suficiente para envolver conversaciones y personas, uniformando experiencias que son diferentes.


El eje alrededor del cual pivota todo el local, los movimientos, las miradas y los deseos, es el office, con su mostrador, su zona de trabajo y, sobre todo, ese armario de cristal que ofrece producto salado y dulce.


Enumerar las tartas que se ofrecen es volver a revivir las experiencias vividas, traer a tu memoria los sabores de la tarta Velvet, la de zanahoria y queso, la Guiness, la de chocolate y avellanas, la de chocolate negro y frambuesa, la de chocolate y toffe; los bizcochos, los brownies, las cookies, todo un mundo de sabores, para recordar y para volver. Y todo ello acompañado de un buen café.


Por supuesto, he vuelto y no una sola vez.


En él, he pasado momentos en que solamente he disfrutado del ir y venir de la gente por la calle, con sus prisas, sus conversaciones, sus semblantes tristes, muchos de ellos pegados a sus teléfonos móviles.


También he pasado momentos en los que he disfrutado de una tarta, dulce como un pecado, y de un café con cuerpo, con aroma.


En otras ocasiones, he dilatado mi estancia, acompañado de un libro o de un papel sobre el que he dibujado palabras cuyo destino desconocía y desconozco.


Un espacio cuya existencia hay que agradecer.


Pamplona, febrero de 2020

Isidoro Parra


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