CARTA ABIERTA Nº 3 A JAIME GIL DE BIEDMA


Jaime, ya siento molestarte si así lo hago al pegar de nuevo en tu puerta, al atreverme a dirigirte esta nueva carta, la tercera, para que vuelen hacia ti, hacia donde tú estés, lo que me ha hecho sentir y pensar la enésima lectura de tu poema “Amistad a lo largo”.


Soy tan torpe al transmitir mis pensamientos que no puedo menos que incluir en esta carta, el texto, estrofa a estrofa, de tu poema.


En la primera de ellas, dices:


“Pasan lentos los días

y muchas veces estuvimos solos. 

Pero luego hay momentos felices 

para dejarse ser en amistad.

Mirad:

somos nosotros.”


Leo y releo tus versos demorándome una y otra vez en la forma en que describes el paso del tiempo. Parece que su paso es lento, que asienta las vidas, que no daña ni hiere. En esa descripción, creas un escenario en el que después, con la serenidad de la quietud, sitúas a tus personajes: nosotros, en este caso.


Me demoro también en la forma en identificas la forma más profunda de vivir la amistad: “ser en amistad”. Interpreto que para tí, si no se era en amistad, ésta no existía y, además, no se vivía.


Y para colofón del tiempo, de la soledad, de la amistad, de reconocerse, otro ser: nosotros.


Continúas,


“Un destino condujo diestramente 

las horas, y brotó la compañía.

Llegaban noches. Al amor de ellas 

nosotros encendías palabras, 

las palabras que luego abandonamos

para subir a más: 

empezamos a ser los compañeros 

que se conocen 

por encima de la voz o de la seña.


Has sido modesto, le has dejado a “un destino” conducir diestramente las horas, no has querido ser el artífice de ese proceso. Es tan sabio y produce un resultado tan cálido que te ha parecido excesivo para atribuirte el mérito. Ha sido sabio y ha estado bien conducido porque de ese paso del tiempo ha llegado la compañía, la posibilidad de encender palabras con otros, de no hacerlo en soledad. Eso sí, lo has hecho en las noches, en su amor, y las has encendido para que nosotros podamos verlas y leerlas.


Esas palabras han sido necesarias para construir lazos, para enzarzar personas y vidas, relatos que iban trepando por vuestras vidas, por vuestros cuerpos, para llegar a crear urdimbres y tramas en las que enlazar vuestra historia, para llegar a conoceros por encima de la voz o de la seña.


Has dado un paso más en el paisaje que dibujas, ha pasado el tiempo de soledades y también el de los felices momentos, para construir afectos sólidos, conocimientos que se prolongan desde el ayer hasta más allá del presente.


Das un paso más:


“Ahora sí. Pueden alzarse 

las gentiles palabras

-ésas que ya no dicen cosas-,

flotar ligeramente sobre el aire; 

porque estamos nosotros enzarzados 

en mundo, sarmentosos 

de historia acumulada, 

y está la compañía que formamos plena, 

frondosa de presencias.

Detrás de cada uno 

vela su casa, el campo, la distancia.”


De pronto, las palabras han perdido su importancia, han cumplido su labor y pueden volar como quieran. Ahora, lo que cobra valor el lazos construidos, la acumulación de presencias en el tiempo, en ese tiempo en el que la vida se ha llenado de frondosidad de sentimientos y confianzas, porque vuelves a creer en que las amistades que permanecen a lo largo de los años se convierten en el baluarte de tu defensa. Así lo dices también, más tarde, en otro poema tuyo: Pandémica y celeste.


Esa plenitud de la compañía que se ha formado no solamente es frondosa. Yo, al menos, me parece ver que le das tanta o más importancia a la acumulación de experiencias, a la solidez del edificio construido, a todo lo aportado por cada uno. Parece que os hubierais vaciado en esa construcción.


En ese vaciamiento han quedado, vigilantes, la casa de cada uno, el campo de todos, la distancia inmedible, respetuosa. Creo que la casa, el campo y la distancia, os protegen, no quieren perturbar vuestra convivencia pero la observa, alerta. ¡Confía en ellas!


¡Qué palabra tan bella, velar!. Una de sus acepciones tiene que ver con acompañar o vigilar durante la noche, muy apropiado con el escenario que has creado. Además, para mí, valer significa acompañar o cuidar con mimo, atención, con respeto y amor por el otro.


Y acabas,


“Pero callad.

Quiero deciros algo.

Solo quiero deciros que estamos todos juntos.

A veces, al hablar, 

alguno olvida su brazo sobre el mío, 

y yo aunque esté callado doy las gracias, 

porque hay paz en los cuerpos y en nosotros.

Quiero deciros cómo todos trajimos 

Nuestras vidas aquí, para contarlas.

Largamente, los unos con los otros 

en el rincón hablamos, tantos meses! 

que nos sabemos bien, y en el recuerdo 

el júbilo es igual a la tristeza. 

Para nosotros el dolor es tierno.


Ay del tiempo! Ya todo se comprende.”


¡Qué forma tan delicada de ensalzar el contacto entre piel y piel!, con paz, con la serenidad que da el tiempo transcurrido en construir esos lazos. Has enlazado las palabras para que ese gesto, signifique la aceptación en paz de esa otra piel.


Dices que todos habéis traído a ese espacio vuestras vidas para contarlas, para conocerse mejor, para saberse bien, aceptado, querido, más allá de las vivencias pasadas.


Has escrito también una frase que suena muy bien, pero no sé si es siempre cierta. Me refiero a cuando dices que “en el recuerdo el júbilo es igual a la tristeza”. Me pregunto si es así, o nos engañamos o trabajamos tanto como para darle la vuelta a la tristeza y levantar de su grisura, como una espléndida ave Fénix, un recuerdo que iguala al júbilo. En todo caso, no está mal, puede resultar un ardid más para protegernos del dolor.  En pocas situaciones más, puede ser tierno el dolor.


Al final, coincido contigo, el tiempo, su paso y la mirada sobre el mismo, es el que nos hace comprender todo, el que hace que el dolor pasado sea menos dolor y el júbilo se contemple con una suave sonrisa.


Gracias Jaime por la hondura.


Pamplona, febrero de 2021

Isidoro Parra


Comentarios

  1. Me encantan los versos de Gil de Biedma que incluyes en tu carta nº 3 sobre la amistad y por supuesto tu apreciación sobre su contenido y significado.
    -- Los versos me encantan porque es una forma tan liviana de dejar caer las palabras como si fueran intrascendentes que te dejan un poso de ternura y de deseo de compartir vidas y sentimientos sin caer en lo prosaico.
    -- En tu carta también entras en su terreno, analizando con profundidad su contenido y claro, aportando tu visión propia de cómo entiendes la amistad y el compartir vida.

    Tomás

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    1. Gracias, Tomás. Creo que la poesía, la buena poesía, tiene la virtud de poder hablar de lo que quiera sin que nadie se sonroje. Para mi, Jaime lo sabía hacer como pocos, pasaba de lo más crudo a la ternura más necesaria como quien viaja en un instante de la cotidianidad del presente a la nostalgia del pasado más vibrante.

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