INVIERNO XIX. Pendientes vivos.


“Breve como la belleza. La belleza absoluta. La que contiene toda la grandeza y la miseria del mundo y que sólo es visible para quienes aman.”

Roberto Bolaño (Poesía reunida: La francesa).


El cielo se tiñe de un azul brillante. Es como un telón de fondo que sirve de soporte para lo que pasa en su entorno. Ni una nube mancha la limpidez de este diáfano azul.


Me paro a contemplar estas nuevas formas de nacer, de apuntar a la vida. En este caso, parecen pendientes de una diva que se engalana para ofrecernos su mejor actuación.


Son un milagro, un misterio de esta Creación que nos sorprende hasta el escozor del no entendimiento. Es posible que su forma tenga una explicación, una razón que justifique su tamaño y su color, pero esa explicación, con seguridad, es menos bella que su imagen; de conocerla me dejaría menos satisfecho que la contemplación de su aparición, de su anuncio del regalo de una sombra futura.


Su forma me traslada al lejano Oriente, allí donde mi recuerdo infantil me trae la imagen de esas geishas de piel blanca que lucían sus pendientes vegetales para cultivar una belleza deslumbrante.


Sé de su fragilidad y sé que en pocas semanas el suelo quedará cubierto con sus cuerpos marchitos, empujados por la fuerza de los primeros brotes, pero nada de esa limitada vida puede empañar el festival que me ofrecen ahora.


Su inclinación hacia la tierra les hace humildes y realistas. Conocen el sentido de su ser, la razón del tránsito, la naturaleza de ser embajadores de una vida más exuberante, pero no más plena.


Cuando caigan, desde el suelo, verán con orgullo la causa de su caída; ellos son el auriga más seguro, más fiel a su destino, pero ahora nos pintan el aire de fiesta casi primaveral.


Su ligereza, su suspensión en el aire de esta mañana son el símbolo de una bendición, la belleza femenina de esta despedida del invierno.


Pamplona, febrero 2019

Isidoro Parra


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