INVIERNO XVII. Capullos para la vida



“Cíclica elevación, metamorfosis

que anuncia ya el regreso.”

 Martha A. Alonso Moreno (Cronología verde de un otoño: Materia tuya).


Hemos aterrizado en febrero sin darnos cuenta, los días pasan lenta pero vertiginosamente y, sin llamar la atención, el invierno va haciendo su labor callada de resucitar la vida donde la apariencia solo hablaba de finitud.


En los espacios más abiertos, el sol de estas mañanas hace su labor de llamada a la resurrección de la vida.


A lo largo del paseo de hoy, en el que el sol acaricia mi piel con la diferencia de que nada resucita, más bien demanda protección, me sale al encuentro el misterio.


En las riberas del río, observo los primeros brotes en los arbustos, esos capullos vegetales que se despiertan de su sueño invernal, desperezándose con lentitud pero con fuerza.


De un día para otro, sin avisar, aparecen explorando con timidez el aire de estos días todavía frescos. Despliegan sus colores y texturas, sus hilos que surgen de su interior para aferrarse a la vida, silenciosos.


Para los profanos en biología, nada de su aspecto nos conduce a la revelación del ser en su mayoría de edad. Solamente nos muestran la belleza, su primer vestido, ropas de bebé, suaves y tiernas como su propia edad.


Exploran y hacen avanzar su cuerpo lentamente, enseñando cada día un nuevo avance, una pista de su ser.


Tienen el color de la esperanza.


Tras los capullos que ya son, se esconde lo que será. En algunas débiles ramas, las más altas, apuntan pequeños impulsos de hojas que quieren acompañar a sus heraldos, componiendo la sinfonía de una nueva vida que reaparece.


El susurro de las aguas es la melodía de fondo de este milagro sencillo, de esta llamada a la contemplación y, como siempre, la mirada se aleja de la razón para ensanchar el espacio en el que solo cabe la belleza de esta epifanía.


Pamplona, febrero de 2019

Isidoro Parra.


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