CARTA ABIERTA Nº 3 A IÑAKI DESORMAIS.


Buenos días, Iñaki.


Anoche terminé, tarde, la lectura de tu poemario “Pájaro de ojos ciegos”, publicado en 1.987 y que obtuvo el II premio Juan Bernier de poesía.


No me puse a escribirte anoche porque acabé su lectura algo inquieto, sorprendido por la amplitud y profundidad del lenguaje, confundido por algunas formas y pensativo por la rotundidad de algunos mensajes.


Por eso, he preferido reposar los pensamientos sobre la almohada y hoy, a primera hora, he retomado tus páginas para escribir estas líneas y decirte algo de lo que he percibido.


Antes de entrar en el contenido de algún poema concreto, quiero decirte que, además de la presencia profusa de los pájaros en este poemario, me he quedado con la sensación de que es un Diálogo y como no he llegado a identificar a tu interlocutor, he llegado a la conclusión, posiblemente equivocada, de que tu interlocutor eras tú mismo o tus fantasmas, esos que te rondaban la cabeza hasta la extenuación.


Volveré sobre este tema, al comentar algunos de tus poemas, pero es la primera idea que me ha venido a la cabeza esta mañana, al levantarme y sentarme ante la pantalla del ordenador.


Otro de los aspectos que me gustaría resaltar es el salto de contenido poético que suponen estos versos en relación con tus poemas de “Matad al dinosaurio”. Si pudiéramos hacer un balance entre carga poética y contenido crítico de tus expuestos pensamientos, me atrevería a decir que el contenido lírico ha pasado de un veinte a un ochenta por ciento, sin por ello dejar de lado la crítica feroz de la sociedad.


También creo que en este libro, has desviado tu mirada de lo mas cercano, de la sociedad que te rodeaba, y has ido a posarla sobre los grandes temas, la mirada en general, el tiempo, la voz, la muerte, y tengo que decirte que tu voz ha crecido en sutilezas, tu visión se ha agrandado y todos hemos ganado con ello.


Cuando se pasa de lo cercano, que muchas veces es mezquino, a lo universal, la palabra también se hace más universal, más eterna.


El primer poema que abre el libro me ha deslumbrado con esas imágenes tan sutiles (Pájaro de ojos ciegos/enamorado del destello que la aurora/insinúa en el germen de su sangre), (a tí te adoro, hermano de consuelo, pronunciación de luz..). En estas líneas he querido ver una entrega que no supone rendición, la que se hace entre dos que se aman, la búsqueda de la fusión con el otro.


Hay una mirada a valores eternos en tu siguiente poema cuando dices, “El Universo permanece./Sólo el tiempo del hombre/se quema oculto …”. Dos verdades que para nuestra capacidad de comprender el tiempo se mantienen inalterables, expuestas a nuestra aceptación o a nuestra desesperación. Me quedo también con la despedida que diriges al tiempo: 


“Tiempo, que vendas la vista a la conciencia:

¿Cómo dirá que ha visto quien a tí no te arranque la mirada,

cómo dirá que es luz quien no te ha traspasado 

cómo dirá que de tí vuelve quien no se ha transformado?.”


Me encanta cuando desvistes al aire, cuando le quitas el ornato y el apellido, su consecuencia inmediata, cuando lo despejas de alardes y ruidos: “.. aire sin titulación de viento…”. Le hablas desde cerca, parece que fuerais aliados de salidas compartidas, de fugas que aligeran cargas pesadas.


Sumas un reproche al mundo y la fusión con el hermano que sufre, en cuya piel expresas tus propios pálpitos. Le dedicas, en mi opinión, algunos de los mejores versos de este libro, versos en los que los elogios y las certezas vuelan cerca, como ese pájaro que te sigue igual de cerca:


“.. harás de tu temblor y tu castigo 

una paz de esperanza, una pureza 

de nieves infinitas 

un síndrome de amor glorificado 

una conciencia de valor desnudo y oro entre los vientos 

una certeza de pasión corpórea…”


No sé si fueron los años que te tocó vivir y que hicieron pronto su mella irreversible en tu espíritu, pero el tiempo es otro de los acompañantes de estos poemas. Al tiempo te diriges en ese inicio triste que parece un adagio en invierno:


“Tentado ya de tanto tiempo amargo 

el corazón se entrega a la corriente 

del semblante cansado y la muerte consentida.”


Hacía tiempo que no leía unas estrofas tan profundas para hablar de un tema tan vasto como el desamparo: “Involuntaria exhibición de desamparo/transita sin mirar por no ser vista”.


Aviso de llegada, petición de auxilio, invasión de un poder abrasador sin fuego, todo cabe, todo está dicho en tu poema “Penetraré por tí …”.


Tampoco quiero, ahora que me he decidido a escribirte, llenar esta carta solamente de alabanzas. Por eso, quiero decirte también, Iñaki, que en varios poemas me he topado con un lenguaje sinuoso, algo cerrado, enigmático, que dibuja senderos oscuros en los que me da la sensación que sólo queda espacio para tí y para el otro, para tu compinche en este diálogo.


Por eso, si estuvieras cerca y pudiéramos hablar te recordaría uno de tus versos en los que vistes de largo la poesía: “y no pierdas un mimbre de latido en inquietudes”.


En ese diálogo que despliegas a lo largo y ancho de muchos poemas, utilizas todos los tonos, el cauteloso condicional, el seguro de tí mismo imperativo, eso sí, sembrado de alguna duda prudente, el consejo cercano de voz amiga y, al final, los deseos dirigidos en forma de oda; así de completo lo he percibido en tu poema “Si en el pasado resplandor…”.

“En los violines del silencio”, ahí, Iñaki, ahí nos podríamos encontrar, dándonos tiempo para iniciar las primeras palabras, ahí nos podríamos estudiar con la mirada, ahí demoraríamos el apretón de manos, “en los claros vacíos de lo fosforescente/donde la noche se eterniza en luna llena”, ahí también, Iñaki, ahí romperíamos el silencio y dejaríamos que la noche discurriera robándonos las palabras, subiéndolas a la luna, cubriéndonos con un manto de cercanía hasta que llegara el alba.


En varios poemas, citas al otoño como fuerza destructora. Es curioso, porque siendo evidente que la estación del color lo es porque se los ha robado al verano y los ha ido pudriendo, nunca había sido tan consciente del matiz de la función devoradora del otoño.


He percibido un desasosiego vital en tu poema “Mi corazón …”, en un desahogo sin esperanza y aunque no lleven adjetivos, las palabras mas rotundas marcan el poema: “Esta es la noche. Esta es la tempestad.”.


Sed que recuerda al deseo, a la necesidad, sed desconocida, antigua por no vivida, sed de lo imposible, del misterio, en tu poema “Vuelvo a mi sed…”.


Aligeras el tono para componer un poema con ribetes de romance en el que las caricias suenan a conocidas, a vividas en cotidianidad en tu poema “El viento deja huellas…”.


A reflexión, a meditación profunda y serena, suena tu poema “Hombre sin ojos… “. El lenguaje que utilizas parece caminar sin prisas por la página, tal vez porque te has dado cuenta de que es difícil llegar cuando la prisa marca el ritmo. Así lo veo:


“Eres resignación a ser rebelde eterno

sin la blandura teatral del héroe místico 

sin el afán servil de la esperanza”


Como verás, Iñaki, te he leído y me he acercado un poco más a ti.


Podría seguir trasponiendo notas, pero no nos conocemos mucho y no quiero que pienses que tras estas líneas hay un juicio de tu ser poeta. Además, no quiero que al acabar de leer esta carta la rompas o destruyas, sin abrirlas, las próximas que te envíe, si tengo tiempo.


Gracias, Iñaki.


Pamplona, marzo de 2021

Isidoro Parra

 


Comentarios

Entradas populares