CARTA ABIERTA Nº 3 A JAVIER AGUIRRE GANDARIAS


Buenas tardes, Javier, perdón por la insistencia. La primera carta que uno recibe, posiblemente sorprende, la segunda agrada, pero creo que la tercera hace pensar al destinatario que algo sucede en esa relación no buscada.


Tranquilo, Javier, allá donde estés, solamente quiero enviarte mis impresiones de los últimos poemarios recogidos en la recopilación que la Universidad del País Vasco tituló “Soles”.


En el primero de ellos, “Como los loros, como las nubes”, creo que tu poesía da un salto adelante y hacia arriba, pero también hacía lo más esencial. Todo se simplifica sin esfuerzo aparente, aunque supongo que cada poema te ha costado horas de escribir, de tachar y corregir, pero el lenguaje se esponja de tal manera que hace sencillo y placentero el contenido de casi todos los poemas.


Por citar alguno, creo que en el poema que titulas “Llave”, haces una ofrenda al vacío, al sol en concreto (que es uno de los mayores vacíos) y en ese desprendimiento que acompaña a la ofrenda, encuentras la recompensa, el guiño que te responde:


“Arrojaste la llave por la ventana 

y como si la arrojaras al sol 

brilló el sol en la llave.”


Y qué decir de la luz que se respira en todas las palabras de tu poema “Tarde”, en el que se percibe brillar la hierba, las hojas, la tarde, la esperanza y la propia vida.


O ese poema “Septiembre”, en el que dibujas un camino hacia el recogimiento que se avecina cuando ya el verano se despide y se acerca el otoño, ese tiempo en el que, como dices, la belleza se ensimisma en los campos y en los rostros.


Al leer tus poemas sobre los “Caballos”, me has hecho pensar en la mirada de estos nobles animales, sus grandes ojos, profundos y oscuros; en el movimiento de sus cabezas; en sus miradas que no se sabe si se dirigen a un pasado muy lejano o a un futuro que esperan y me pregunto: ¿de dónde son o de dónde se sienten que son?


Me ha gustado ese hermanamiento entre mudos, entre la “Lluvia” y tú mismo, entre objetos o seres que, aparentemente, no se pueden entender, con ese fondo de la naturaleza grandiosa que todo lo abarca y que nos resulta envolvente e indescifrable.


Me gustaría haberte podido servir de apoyo, aunque permaneciera mudo, cuando vivías esos sentimientos de abandono, de dejadez y rendición, que tan bien reflejas en el poema “Patios”, porque pienso que la/mi compañía nada habría cambiado, pero la soledad, el abandono y el olvido son siempre menos si lo son acompañados.


Aunque te lo sabes, porque tú lo escribiste, quiero transcribir ese preciso poema “Nubes, en el que pintas un poder supremo en el que podemos confiar para liberarnos, para limpiarnos del lodo en el que nos enfangamos. Así, si alguien que no seas tú lee esta carta, podrá conocer la vastedad que se encierra en dos líneas:


“Como si fueran bebiendo todo el hastío del mundo 

por encima de tus ojos iban las nubes, altas.”



De ese libro pasé al siguiente: “Los pájaros”.


Me detendré en algunos poemas concretos, pero, en líneas generales, me ha sorprendido la profusa presencia de las rosas en muchos de los poemas y ha sido inevitable acordarme de Rilke y del poemario que le dedica a estas flores.


Me he detenido también en ese poema “Noticia”, tan breve y tan vivido por mí cuando, en mis paseos por Urbasa, contemplo los primeros brotes de cualquier árbol o arbusto. Es cierto que en cada búsqueda que hace el mundo vegetal hacia la nueva vida, en cada nuevo nacimiento, hay mezcla de intensidad y ternura, de empuje y detenimiento, como dices, de agudeza y levedad.


Ese diálogo entre tú y el mirlo, en el poema del mismo nombre, es ligero y lleno de sugerencias. Hay una duda flotando entre sus líneas: es la representación de la espera y de la esperanza entre dos seres desvalidos que buscan lo que no saben o no se atreven a nombrar.


Desgarra la lectura de tu poema “Adiós”. Son cuatro líneas llenas de palabras -incluida la rosa- cargadas de adioses, adiós a la perfección -que, en mi opinión, no es malo-, adiós a los manojos de rosas, a los raros jardines, a la juventud, a la flor en general, a la rama en la que depositas el olvido.


No estoy seguro de haber entendido tu poema “Rosas”, pero da la sensación de que en la acción del viento, en su llegada, has apreciado cómo la rosa llegaba a consumar su propio ser.


Me he quedado atascado en tu poema “Rosa”, en primer lugar porque es triste como la mortaja y, en segundo lugar, porque duelen sus palabras cargadas de pesimismo o de presunción. Te preguntarás por qué hablo de presunción, porque el pesimismo está a la vista. Me lo he preguntado porque en los últimos versos das a entender que si todo está perdido para ti, cómo es posible que florezca la rosa. Creo que no lo he entendido bien, porque no creo que hayas pensado ni por un momento que las rosas solamente pueden florecer en función de tu estado de ánimo. No te lo digo como un reproche sino como una llamada hacia la realidad que te saque de ese abismo de sombras. 


Algo parecido le escribía hace unos días a Jaime Gil de Biedma por una parte del contenido de su poema “De senectute”.



Al final de ese libro, “Soles”, se incluyen varios “poemas sueltos” tuyos que, por lo visto, nunca publicaste con la intención de que algunos de ellos, ni siquiera todos, formaran un libro con una identidad concreta.


A pesar de ello, he descubierto en ellos nuevos temas, otras extensiones, otras miradas, algunas que supongo abrían nuevos caminos a tu expresión.


Creo que ya te he dicho que me gustan los poemas cortos, rotundos. Así he visto este tuyo:


“Tu rostro se dilata, y en el balcón están humildes 

los geranios. Como lo que huye y lo que arde 

hoy todo deseo se extingue en su contrario.”


Me ha encantado el tono y el mensaje de tu poema “Renacer”, en el que apuestas por los hombres con firmeza, por encima del resto de las cosas que amas y apuestas, por volver a nacer hombre.


No había leído la entrevista que te hace Francisco Javier Irazoki y que se incluye al final del libro. Me alegro de no haberlo hecho antes de escribirte esta carta, porque me ha permitido ser más yo mismo, sin dejarme influenciar por palabras de terceros ni por tus propias palabras al hablar de tus poemas.


Afortunadamente, aunque anunciaste que dejabas de escribir, continuaste regalándonos poemas.


Espero que su lectura me de oportunidad de volver a escribirte.


Un abrazo, Javier.


Pamplona, febrero de 2021

Isidoro Parra.

Comentarios

Entradas populares