El extravío.


Ha volado a mucha altura, con la cabeza siempre erguida y la mirada puesta en un horizonte lejano, lleno de desafíos y búsquedas.


Ha tocado el borde de las estrellas y ha cruzado las puertas más desafiantes con la esperanza de superar pasados glorias y dejarse atrapar por nuevos e inexplorados futuros, por la historia que queda por hacer.


Ha pensado que el mundo se abría para él y que los árboles que se encontraba solamente daban sombra para reparar las fatigas del camino, que no escondían bestias feroces que podían acechar su paso.


Ha vivido las luces naturales de amaneceres y ocasos y también las pintadas con falsos brillos, y las ha vivido todas.


Ha soñado a más velocidad que la que sus pies podían alcanzar y siempre ha pensado que la próxima carrera le haría conquistar sus sueños.


Los sueños, la convicción sobre su futuro, la certeza de sus ideas, le han llevado a volar por encima de las nubes, a esperar el éxtasis de la belleza y el temblor de la grandeza.


En ese viaje, en algún camino oscuro, en algún territorio ignoto, en un sueño imposible o en un recorrido equivocado, ha perdido el sendero y se ha adentrado por bosques llenos de maleza. Las zarzas le han rodeado, han atrapado su cuerpo más allá de su piel, le han hecho sangrar lágrimas de ira.


Alguna fiera se ha cruzado en su camino y le ha estrellado contra un muro de miedos y amenazas, ha desatado la ira y el desconcierto que dormían en sus entrañas.


Ha corrido para salvarse pero, de momento, se ha adentrado en el bosque y el día se ha tornado noche.


Su mirada, buscando la gloria; sus pasos, perdidos. Como a mí la vida, el señuelo que imagina le confunde.


Por fortuna, siente las manos que se tienden hacia él, manos que quieren y respetan, manos insensibles al desaliento, manos que aguantan porque le quieren, manos que solamente esperan que encuentre el camino de vuelta.


Pasan los días y aguanta la esperanza para consolidar la certeza de la vuelta a los amaneceres más insinuantes, a los más naturales. Sólo le falta la calma para ver lo que se ofrece realmente a su vista, al alcance de sus ojos.


Esas manos y los cuerpos que las sostienen le están tendiendo un puente por el que pueda regresar para volver a ser libre, para volver a recorrer sus caminos con los ojos abiertos, confiados y serenos, con la sencilla inteligencia del saber vivir.


Siempre será especial su camino, difícil, pero no le faltarán manos en las que apoyarse ni ojos que le miren con amor.



EL EXTRAVÍO.


     Veo luces que no me enseñan el camino,

me amenazan las sombras que veo

y las que sueño,

las que pasan a mi lado

y las que vigilan mis pasos.


Oigo voces que me desvelan,

que me ponen en alerta y tensión

y me extraña que solo yo las oiga.

Cierro mis ojos para olvidar

pero las voces persisten en su llamada.


Siento el temblor de mi cuerpo

cuando pierdo el equilibrio.

Estallo con una cascada de ira

que cae sobre mis seres queridos.


Busco la salida al laberinto que me ciega.

No quiero falsas promesas. 


Necesito que la vida me bendiga,

me abra la luz que me conduzca

hacia la salida de esta prisión,

al encuentro de mi mismo.



Noviembre de 2019.

Isidoro Parra.

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