PRIMAVERA I. El banco verde.


“Sí, por qué no se va a poder vivir un amor con la primavera.”

Etty Hillesum (Diarios)




Ayer, sin ir más lejos, un martes, un día más entre otros, nada proclive a destacar en la semana, ni enredado en la búsqueda de ningún placer que por el paso del tiempo o la deriva de la vida me apremiara, charlaba con Txelo y un amigo, Miguel Ángel, mientras comíamos en un restaurante de nueva cocina, agradable y sencillo. La comida era sabrosa, luminosa y bien presentada, los aromas eran limpios, el paladar se acomodaba a lo que pasábamos por su piel y el vino de Rioja fluía de la botella a las copas y de las copas a nuestras bocas. Cada palabra se entrelazaba con la siguiente. La conversación flotaba entre el interés, siempre vivo cuando sale de adentro, y la tensión, porque así hay que escuchar lo que puede ser de interés; todo envuelto por la paz que nos dan tantos años de amistad y de conocernos bien.


A mitad de la comida y de pronto, respondiendo a una llamada anónima, mi mirada se queda clavada más allá de los cristales, en la calle uniformada por un cielo gris que amenaza desbordarse en cada momento. Es primavera y, como todas las primaveras en Pamplona, los días grises, ventosos y lluviosos, superan a los días de luz, de colores. Los robles que surgen de la tierra, prisioneros entre el asfalto, apenas conservan algunas hojas marrones del último otoño esperando que la savia nueva las empuje a caer. El asfalto es gris, las farolas, las paredes, el aire, todo es gris, pero ahí está esa mancha verde para llamar mi atención como una farola encendida en la noche cerrada.


Es un hermoso y sencillo banco de hierro y madera pintado de verde, un banco público, propiedad de todos, para disfrute de todos. Su actitud es de espera, de acogimiento, lo contrario al abandono. Su color intenso, más intenso entre los grises que le rodean, resplandece como una promesa, como un deseo, como una invitación a soñar o como un sencillo refugio para las fatigas. Un regalo de la vida que queda reflejado en la simpleza de la sonrisa boba que muestra mi cara, un cuadro donde quedarse a soñar en paz.


Y en estos momentos no puede haber más realidad que la de este banco, la belleza que lo envuelve y, posiblemente, la distancia que me separa de él.


Un momento cualquiera en un día cualquiera de cualquier primavera.


Pamplona, marzo de 2018

Isidoro Parra.


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