PRIMAVERA II. Ordenado rastrojo.


“¿Y la belleza?. Existe, sin que su necesidad, a primera vista, parezca evidente en absoluto.”

François Cheng (Cinco meditaciones sobre la belleza)



Siempre te he percibido como uno, pero eres la suma de muchas partes, de millones de briznas de paja prensadas sin piedad en grandes pacas que, apiladas unas junto a otras o sobre otras, han conformado tu volumen y tu grandeza.


En tu aspecto exterior, compacto, eres tosco, sin pulir, desobedeciendo los actuales cánones de la belleza, según Han, un residuo que parece abandonado a su suerte, a las lluvias y a los soles, a todas las inclemencias y sin apenas valor: eres lo que abunda después de separar lo valioso, el grano. Pero llevas tanto tiempo ahí, expuesto, que la caricia del viento te ha dado un nuevo ser, un nuevo significado. 


Tras ese aire de abandono permanente, casi irreversible, has crecido. 


Nadie ha colocado un pronombre posesivo a tu lado, aunque alguien te reclamará seguramente pero, de momento, la ausencia del dueño te hace de todos, mío en este momento en que te contemplo.


Numerosos amaneceres te han dado su luz, los mismos mediodías te han calentado y oscurecido y todos esos atardeceres, sin prisas y con dulzura, te han dicho “hasta mañana” para que no te sintieras solo. 


No te acicalas con afeites, pero el tiempo te ha dado su color, tu imagen de perdurabilidad; la hierba verde que crece en alguno de tus costados atestigua el nacimiento de una nueva vida que se nutre de tu cuerpo.


El sol tuesta tu piel como tuesta la mía. El viento no puede contigo, pareces una muralla más resistente que una generación de impostores.


Puedes ser castillo, barco pirata o montaña, lo que la imaginación de un niño quiera crear: así te entregas a la ensoñación y a la creación de otros.


Yo te observo ensimismado, intentando buscar una explicación a tu belleza, a tu permanencia, a tu solidez, pero callas, solo tu contorno silueteado por el cielo azul me habla de tu rotundidad y de tu presencia. 


Estás preparado para contemplar en silencio los restos de una batalla, la de nuestra desaparición de esta tierra, pero no te percibo lejano ni extraño porque eres bello como la vida y eres compañero, como la soledad.


Hoy, como siempre, cuando te veo, interpelas la vanidad que habita mi pequeñez.


Amillano, marzo de 2018

Isidoro Parra.


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