PRIMAVERA III. Paisaje para impresionistas.




“Bienaventurado el que vuela sobre la vida, y comprende sin esfuerzo el lenguaje de las flores y de las cosas mudas.”

Charles Baudelaire (Las flores del mal, Elevación)


Francia y su Provenza, Cataluña, Estados Unidos después, con sus prados, sus trabajados jardines y sus ríos, tantos y tantos países, escenarios buscados por los impresionistas que, con sus lienzos, pinturas y pinceles quisieron retener e inmortalizar una mirada diferente y cargada de belleza sobre la naturaleza que les salía al encuentro. Su enorme trabajo ha sido reconocido por millones y millones de personas que han viajado para ver sus cuadros, para quedarse mudos ante la maravilla colorida de sus obras.


Esta tarde de abril en la que el sol me ha querido regalar sus rayos, mi mirada ha descubierto, desde mi banco verde y bajo mis pies, una alfombra natural nacida libre que, de haber sido pintor, impresionista por supuesto, habría intentado volcar sobre un lienzo. Como no sé pintar, me conformo con intentar que mi mirada descanse sobre esta obra, igual y diferente, repetida cada año sobre nuestra tierra. No me canso de sonreír mientras la belleza impregna todo mi cuerpo y, a poco que me esfuerce, puedo quedarme quieto horas y horas, en comunión con los colores, con la frescura de la hierba, de su vida que llama a la vida.


Así, el sol, con sus rayos como pinceles y con la hierba del parque como lienzo, ha esparcido sobre el verde su pintura amarilla y blanca para dejarme un cuadro sin aspiraciones, para que cada uno de nosotros encuentre la belleza en los verdes, en los amarillos, en los blancos, en la luz, en el frescor del aire que sube de sus raíces, de la vida que puja con fuerza pidiendo permiso y espacio para detener, aunque sea por unos segundos, a la muerte.


La luz se desliza por la superficie como una mano amable que calienta la tierra, para darle el brillo de su amor a las hierbas más humildes.


Es imposible no apreciar lo bello cuando se te regala espontáneamente y con tanta abundancia, con tanta naturalidad.


Mi pequeñez pierde importancia en este escenario. Soy tan feliz que floto en una nube de silencios y, por unos instantes, me olvido de mi finitud.


Pamplona, marzo de 2018

Isidoro Parra


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