TODA UNA VIDA.



“Después de su entierro he llegado a casa y he puesto música para ver si consigo arrancarle a este dolor su belleza.”

 José Mateos (Soliloquios y Divinanzas).


Una mirada no basta para entender esta imagen, es tan rotunda la imagen y la mirada tan corta que la mente se queda paralizada. No nos puede extrañar que una mirada no pueda atrapar una vida; el dibujo, la imagen, sí puede o, al menos, la insinúa.


Llevo varias horas mirando y dejándome atrapar por los claros y las sombras, por las líneas de vida que acumula la imagen de estas manos. ¡Cuánta vida entregada y cuánta vida recibida, cuánta vida compartida! ¿Cómo penetrar en esa piel que se va, que se estira hasta igualar a la seda? ¿Cómo interpretar esa piel que transmite el calor de la vida cuando la vida se escapa del cuerpo amado?


Intento analizar la imagen y me detengo en la mano extendida que sirve de apoyo, como la tierra extendida, sin límites, soportando el peso de todos los recuerdos, acogiendo el tranquilo adiós de la mano que se deja acunar. Es una mano que jamás ha sostenido un peso tan leve y tan grave, tan rotundo como este adiós. Quiero ver también el calor de la parte oculta de la mano, la que siente el frío que todo lo inunda, pero ni la imagen ni los cuerpos transparentan ese matiz. Parece que los dos dedos que asoman están interpelando algo al misterio, son una imploración en la que la aceptación es parte del momento, de la transición, tan complejo, tan duro, tan difícil de aceptar.


Mi ojos se van hacia la mano que cubre, la que ampara, la que rodea los dedos inertes que se van, la que se curva para adaptarse a la forma, para proteger la vida vivida, para conservar los años compartidos: igual es si fueron vividos en más o menos entendimiento, en medio de mayores alegrías o penas; son los suyos y ahora se encierran en ese pliegue de las manos, en esa caricia y en esa tensión contenida.


La imagen respira emoción, trascendencia del momento. Por eso es tan difícil interpretar lo que encierran, lo que recogen, lo que contienen, lo que quieren preservar. Si me detengo en el gesto, veo toda la intensidad y todo el respeto; todo acaricia, nada oprime, todo sostiene los hilos que hablan. El acoplamiento es dulce como un beso de piel con piel, sin espacio para que el aire hiera ni distraiga.


Una parece decir “ya me voy, adiós, hasta aquí he llegado, he hecho lo que he podido”, las otras parecen decir “ve tranquilo, haz el camino en paz, tu labor está hecha y la semilla sembrada, demos tiempo al tiempo, tus frutos te acompañan”.


¡Qué importante es el adiós y qué importante es la caricia que se abandona en ese adiós!


Es el signo del amor y de la entrega de una vida, en dos sentidos, con diferente mirada, con la misma intensidad.


Demos al amor lo que es del amor.


Pamplona, 2019

Isidoro Parra.


Comentarios

  1. Qué emotivo y delicado. Enhorabuena por los sentimientos que consigues transmitir. Son así, como la vida misma, como la misma muerte.

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    1. Gracias Iranzu. Creo que es bueno celebrar la muerte. Creo que, de esa forma, le restamos importancia.

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