CARTA ABIERTA Nº 1 A JOSÉ SABORIT

Buenas tardes, José.

Supongo que en Valencia, lugar en el que te sitúo, brillará un sol espléndido que calentará vuestros cuerpos. Aquí, en Pamplona, los cielos están tapados por capas y capas de nubes, mientras el viento sopla con fuerza, haciendo todavía más patentes las bajas temperaturas que nos acosan. Así es la primavera en esta tierra mía.


Hace ya unos días, compré tu libro “Con los ojos de nadie”. Cuando iba a comenzar su lectura, me acordé que tenía en mi librería algún otro libro tuyo. Busqué y encontré “La eternidad y un día” que ya había leído. De hecho, incluí algunos versos de este poemario en alguno de mis libros (autopublicados y para amigos).


Sin pensarlo dos veces, después de leer algo de lo que circula por internet de tu biografía y tus ocupaciones, me he lanzado a leer este libro, con la idea de seguir un cierto orden cronológico. Husmeando en tu web, he visto los libros que has publicado y he pedido algunos. Además de tener el recuerdo de haberme gustado esos primeros poemas leídos, tengo un amigo -mucho más culto que yo- que te lee y que te recomendó en su día para mis lecturas. Me fío de su criterio y lo cierto es que le agradecí su recomendación.


Antes de entrar en el tema de la carta, te aseguro que he pensado en si te escribía o no, pero lo cierto es que últimamente me ha dado por incluir en mi blog un apartado dedicado a escribir cartas a “poemas y poetas”. Además, también pienso que tal vez sea más fácil dirigirse a alguien, por escrito, cuando no le conoces personalmente. Los caminos se quedan más vacíos, sin memoria ni experiencias compartidas, y te anima a llenarlos de lo que piensas.


He leído que, además de escribir poesía, enseñas en la Universidad y también pintas. Te digo ahora que después de leer tu libro, he visto retratado en muchos poemas ese oficio del color. Supongo que esos mundos, el de la pintura y el de la poesía se alimentan entre sí, te aportan matices de color a tus poemas y vuelo a tu pintura.


También he observado que la intemperie te infunde respeto. No sé si te resulta solamente fría o en momentos en que todo tiembla también te acoge y te deja respirar.


Tengo que hacerte una última observación previa: para bien o para mal, no esperes de mí una crítica literaria al estilo, a la métrica o a la rima: ni tengo capacidad para hacerlo, ni es mi estilo ni mi propósito. Esta o estas cartas contendrán únicamente lo que he sentido al leer algunos de tus poemas. Soy consciente que esto les resta importancia en el mundo de los críticos y los doctos en poesía, pero a mí me basta y a mis años nada tengo que esperar sino quedarme tranquilo conmigo mismo.


Bueno, creo que es momento de empezar ya con la tarea.


Dices en tu primer poema que el cielo nos exige cumplir con el deber de alzar el vuelo y lo dices por todo lo que hemos cargado el espacio entre nosotros y ese cielo, lo que vino con él, lo que cargaron los antiguos y lo que seguimos cargando nosotros. Tienes razón, José, si llenamos ese espacio llegando cada vez a cotas más altas, insignificantes por otra parte, qué motivo hay para no lanzarse a vivir ese viaje a esa nueva Itaca, por qué no elevar nuestras metas, nuestros valores y nuestras acciones, sobre todo por si se produce, en algún momento, que los dioses nos observan.


He leído un par de veces tu poema “Amanecer” porque me ha extrañado y me ha dejado tocado ese final:


“El mundo estaba allí, recién fundado, 

y en el claro extravío de sus formas 

yo me hallé más desnudo 

que en el lienzo profundo de la noche”

Me parece que en el poema no se hace presente la calma sino el desasosiego, el extravío más profundo, la tristeza más absoluta. Muchos son los poetas que identifican el alba con la salvación, con la salida feliz del túnel de la noche y celebran la hora en que la aurora y los cantos de los pájaros anuncian la esperanza de un día más. Tú, por el contrario, dices que prefieres volver a la noche. No es tema sobre el que opinar, basta con pensar.


Hay anticipación en tu poema “Uvas”. Es la anticipación del crecimiento, de la maduración, del cambio del color, de su recolección y de lo que nos ofrecerá al paladar, de la fiesta que celebraremos con los nuestros para exaltar su limpieza, su aroma, su lágrima. En el fondo es un camino que tiene o tenemos la suerte de repetir cada año.


Te hablaba hace unos párrafos de la intemperie, de las afueras. Un ejemplo es tu poema “Hoy”. Así como muchos escritores de poesía o de prosa, tienen clavada la imagen de las afueras como una amenaza, como un territorio helado, cubierto de lobos, me ha parecido leer en tu poema que, en algún momento y para ti, las afueras, cuando te abandonas a la pereza y a dejarte ir, pueden ser un refugio, un descanso o la cara amable, el revés de muchos días.


Acabas tu poema “Perspectivas”, con estos versos:


“El que fuiste soñaba un yo seré, 

y el que ahora ya eres evalúa 

los sueños del que fueras: 

en ellos reconoce 

las cifras del fracaso y las ganancias.”


Cuando he leído el último verso, he pensado que eres afortunado al pensar lo que escribes. Generalmente, la memoria es el inventario que nos acosa con todos los errores que hemos cometido y por mucho que pretendas soñar lo contrario, la verdad se hace permanente, real o no. Por eso, si en un sueño o en el recuento de la memoria encuentras también las ganancias, puedes darte por satisfecho, José.


He leído varias veces tu poema “Casa del vivir” que nos pone a todos los pies en la tierra. Me quedo con esos versos:


“y otra vez olvidamos, 

volvemos a olvidar 

que la única casa, 

la casa sin paredes de la vida, 

es este aquí y ahora inapresable”


Creo que solamente cuando somos conscientes de esa verdad y la incorporamos a nuestro diario deambular, vivimos la vida que nos corresponde, la que únicamente tendremos.


Oficio de poeta es tu poema “Anaquel vacío”. Hay días en que por mucho que nos empeñemos, nada surge, nada queda escrito porque nada hay escribir, todo está embotado, cerrado, pero pasadas unas horas o unos días, aparecen los huecos por los que se filtra una luz que nos invita a atrevernos.


Al leer tu poema “El armario de los padres”, me ha atrapado en mis recuerdos la imagen de los niños mirándose entre dos espejos enfrentados, multiplicando la imagen hasta el INFINITO. Pienso que no hay forma mejor de explicar a un niño ese concepto. En ese caso, solo por esta vez, la imagen vale más que mil palabras.


Tu poema “Te fuiste” me ha provocado dos lecturas diferentes. Seguramente, una es la que tú has escrito, que también he leído, y otra la que yo he percibido que me llamaba desde cada palabra, de las dichas y de la calladas. Solamente quiero decirte que tu mensaje creo que vale igual para los muertos que para los que, vivos, han desaparecido de nuestra vida. Siempre colgados de los recuerdos.


Siempre alertas al desaliento, siempre con la mirada puesta en el próximo horizonte, haya pasado lo que haya pasado en este valle que acabamos de atravesar, esa advertencia he leído en tu poema “Muerte adentro”. A veces pienso, pensando en el camino de la vida, en cómo cambia la mirada de cualquier persona con el paso de los años. Cuando eres niño, tu mirada está llega de curiosidad, de alegría, pero cuando vas cumpliendo años, velos ligeros ocultan esa sonrisa de la mirada y aparece la desconfianza sin darnos cuenta que, con cada velo que dejamos que caiga, hemos perdido una batalla contra la muerte o contra la vida.


En tu poema “Ciclo” inviertes el mensaje de la noche y el alba que habías escrito en tu poema “Amanecer” o así lo he visto yo. En este nuevo poema ves el día como un himno interminable de la vida y me alegro.


Se ha dibujado una sonrisa en mis labios cuando he leído tu poema “Perdido”. Te confieso que me gusta ver escritas, en un poema, imágenes de momentos que hemos vivido todos, la del niño en volandas, la de despertarse en una cama extraña, pero lo que me ha hecho sonreír es el final del poema en el que hablas de la esperanza de no encontrarme nunca: no del todo. Me ha hecho sonreír porque creo que sería muy aburrido saber siempre dónde está uno mismo, no darse ninguna sorpresa.


Me ha encantado tu poema “Abril”, la forma en nos conduces a los lectores por ese paisaje de flores y aromas para recordarnos al final, la carga que la primavera trae del invierno, pero así es la naturaleza, una estación muere para dar nacimiento a la siguiente, con la tranquilidad de que todo se repite en ese ciclo circular de vida que no acaba.


También he sonreído, algo más tímidamente y más profundo, al leer tu poema “Buena muerte”. He envidiado tus escenarios en los que te dispones a esperar, indiferente, a la muerte. A mí, además de esos, me has hecho pensar en el jardín de mi pequeño monasterio, en Tierra Estella, en el que muchos días me quedo absorto, indiferente también, mirando el valle y el contorno de los montes. Si en esos momentos, llegara la muerte, tendría la puerta abierta y, además, sería bien recibida.


También me he visto retratado en tu poema “Un suceso”. Es cierto que en esas reuniones festivas con amigos, hay momentos de exaltación de la amistad y, en algún momento, a ti sólo o a todos les cae un manto de silencio o de distancia que nadie se explica. Por eso, no podemos perder los buenos momentos para “ser en amistad”, como decía Jaime Gil de Biedma.


Es bello, muy bello, tu poema “Olvido”, cuajado de deseos, aunque el lenguaje se vuelve un poco críptico y me llevas a pensar que, en ocasiones, es más importante lo que se calla que lo que se dice.


Y qué decir del final de ese poema “Tú no dices mi nombre”:


“Tú no dices mi nombre, 

y en el nombre de nadie yo bendigo 

la blanca absolución de tu silencio.”


Estoy contigo en el sentimiento de agradecer a todo el mundo que no me nombre demasiado, prefiero las sombras acogedoras del silencio al bullicio de estar en boca de todos.


También me ha parecido críptico el lenguaje de “Salta” y exigente, lleno de sabios y pensados consejos.


No puedo acabar esta carta sin hacer referencia al poema que cierra el libro, “La eternidad y un día”. Comentarlo me parece un insulto, una amenaza para el propio poema que brilla muy alto y muy fuerte en se final tan potente:


“Viviremos al aire, 

la intemperie será 

nuestro abrigo más cierto, 

y cuando todo anuncie 

la inminencia del fin inaplazable, 

pediremos un día y otro más, 

y aún más, aún pediremos 

la eternidad y un día.”


Antes de iniciar la lectura, había revisado las hojas del libro para ver qué notas había tomado, porque cuando leo por segunda vez un poemario siempre me pasa lo mismo. Por una parte, no me explico por qué había tomado algunas de las notas o por qué me había fijado en unos versos concretos que ahora nada me dicen; por otra, descubro nuevas imágenes, nuevos mensajes que ahora me llegan y que en la primera lectura me habían pasado desapercibidos, lo que me lleva a preguntarme si en esa lectura previa solamente había pasado las hojas o si lo que la poesía nos dice es diferente en función de nuestra edad o de nuestro estado de ánimo. 


En el caso de tu libro, en la primera lectura no había señalado más de tres o cuatro poemas. Como habrás comprobado en este carta, la segunda lectura ha dado para mucho más.


No quiero aburrirte más con mis fantasías o mis percepciones equivocadas y simples, pero me ha gustado escribirte.


Hasta pronto y gracias.


Pamplona, abril de 2021

Isidoro Parra.


Comentarios

  1. Isidoro, agradezco de veras tus cartas perdidas a poemas y poetas y te diré porqué.
    En ésta a José Saborit haces un recorrido por su obra que me sugiere un breve acercamiento -tal y como vas desgranando cada comentario- a sus poemas e incluso a él mismo, tal y como expresas algunas ideas que te haces de él.
    Yo no leo poesía y sin embargo me encantan los fragmentos de poemas que expresas en tus cartas y siempre incitan en mi alma el deseo de acercarme a la poesía. También el amor que rezumas a los poetas y la poesía hacen que me plantee iniciarme en lectura tan sublime.
    Además te diré que en tus cartas también te descubres, no del todo, sin desnudez total naturalmente, tú y un poco de tu vida y también esto me atrae a leer tus cartas, porque me muestras a poemas y poetas y te muestras un poco tú y tu vida espiritual. Siempre me pareciste y me lo pareces, una persona muy espiritual, es decir con profundidad de espíritu. Ya sabes que yo creo que hay un Espíritu que nos habita, pues en ti lo percibo con claridad.
    Muchas gracias Isidoro. Un abrazo grande. Ana Guru

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    1. Ana, dices mucho y todo te lo agradezco. Te invito a leer poesía, descubrirás un mundo de pensamientos de los poetas, pero podrás interpretarlos y hacerlos tuyos, si procede. En cualquier caso, te traerán recuerdos y te harán reflexionar sobre muchas de las cosas que nos han pasado, porque, al final de todo, somos muy parecidos.

      Sabes que siempre has sido (por tanto, sigues siendo) una parte importante de mi vida.

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