CARTA ABIERTA Nº 3 A CARLOS AGANZO.


Buenos días, Carlos, hoy el día se nos ha presentado algo gris. Parece que hemos dejado atrás por unos días los cielos azules y una capa tenue de polvo samaritano empaña nuestros horizontes.


Por otra parte, y para compensar, mi horizonte personal permanece tranquilo, algo influido por la lectura de tu poemario “Como si yo existiera”.


Cuando ya iba avanzada la lectura del libro, me he preguntado de qué iba el libro, cómo estabas cuando escribiste estos poemas. Tengo que confesarte que, por encima de las dedicatorias y de la destinataria de algunos poemas, me ha parecido que estabas enamorado del amor.


Otra de las sensaciones que me ha llegado es la de la serenidad. La he percibido desde el primer poema del libro en el que te sientas a esperar con decisión nada violenta hasta que pase algo tan profundo como el último vagón de la tristeza, hasta que le pierdas el respeto a la intemperie. Has creado una atmósfera de la que es difícil sentirse lejos, no incluido, pero que emana tranquilidad y aceptación, decisión firme.


Ensalzas la poda y, a partir de ese gesto, describes el todo, el árbol y su tronco, su sombra en el verano, la raíz bien hundida en la tierra, como los hombres buenos, la copa para que la habiten los pájaros y un espacio para el cobijo universal.


Ya sabes que aquí, en esta ciudad de asperezas y de ocultos tesoros, celebramos unas fiestas “sin igual”. Hace ya muchos años, la noche del día que me tocaba hacer guardia en la barra de nuestra sociedad gastronómica, a eso de las dos de la madrugada, se acercaba un amigo a hacernos una visita, siempre con el mismo regalo: una bolsita de té del Sahara, que traía siempre de sus viajes solidarios a esa tierra a la que tanto debemos. Con las hojas secas, nos hacía la ceremonia del té, con sus tres ebulliciones, la primera, amarga como la vida; la segunda, dulce como el amor y la tercera, suave, como la muerte. Tu poema me ha traído esos recuerdos y me ha hecho sonreír de agradecimiento a la vida.


A quién no le gustaría mantener una conversación con la amada en la que nos hablara despacio y en secreto, como si el mar tuviera celos del coloquio, con ardor y silencio, como si realmente uno existiera. Bellísimo, Carlos.


Y qué manera más sosegada de volver a casa que la que describes al final de ese poema:


“Así vuelvo a casa, 

con el ánimo nuevo y en las manos 

aroma de eternidad y de romero.”


Conformidad, aceptación y equilibro se respira a lo largo de todo tu poema en el que describes una madrugada en Salamanca:


“Los cafés abren sus puertas 

y yo compro el periódico, 

y me tomo esta mañana con azúcar, 

emocionado mientras pasa y se despide 

la última nube, camino de levante.”


El libro, Carlos, tiene la sencillez de lo evidente que, por ello, olvidamos mirar y disfrutar, tiene la perdurabilidad de lo que siempre estará ahí. Siendo así, para qué dramatizarlo con lamentos. Yo prefiero leerlo así, en paz.


Gracias, Carlos, por este regalo.


Pamplona, abril de 2021

Isidoro Parra.

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