PRIMAVERA XII. Resistencia


 
“Después de cada muerte la vida se hace más delicada y más fina.”

Herman Hesse (Lecturas para minutos).


 El esfuerzo de la ascensión llena mi espalda y mi frente de sudor, pero no es el cansancio el que me hace caminar despacio.


Es la actitud de contemplación y de reverencia lo que me lleva a sosegar mi ritmo para no perderme nada de la grandeza que me rodea: las inhiestas hayas vestidas de primavera, mostrando sus brotes verdes que les hacen parecer gigantes en día de fiesta, con las incipientes ramas verdes como volantes alrededor de sus troncos, la alfombra de hojas marrones aparentemente sin vida a sus pies, el nutriente que da alimento a nuevas vidas, la corteza de plata de los troncos que contrasta con el verde de las hojas, los espacios que se abren y se cierran para dar paso a la luz de un sol que quiere estar presente.


Todo lo que me rodea me parece un motivo para la mirada atenta, para el descubrimiento, como miramos lo que no acabamos de atrapar en nuestra mente, lo que excede a nuestra razón, lo que nos supera.


Lo que no esperaba encontrarme era esta ofrenda que presencian mis ojos, ese testimonio de la resistencia, a camino entre la muerte y la vida.


En medio de un pequeño claro del bosque, un haya, en la plenitud de su joven existencia, ha sido duramente castigada por el viento que la ha arrancado de la tierra y tendido en el suelo como un ofrecimiento, como una entrega.


Aunque sus raíces quedan fuera de la tierra, sus ramas están inundadas de verdes hojas que mantienen su tersura y su color.


Sus hasta ahora compañeras en vida que la rodean, la velan con reverencia y la protegen con su sombra.


Ya sabía que las raíces de las hayas no son profundas y que los suelos de esta tierra son arenosos, débiles en algunos casos para retener la vida que surge de sus entrañas, pero la visión que contemplo mezcla la belleza de la resistencia y la tristeza de la posible muerte, de la entrega más definitiva.


Me paro un rato y hablo con ella de mi vida, del remanso de paz en el que habito, como hablaría a un ser querido, impotente para ayudarle, arrasado por la pena.


Pena y belleza, ¡pocas veces tan cerca una de la otra!.


Amillano, abril de 2018

Isidoro Parra.


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