PRIMAVERA XIV. Lo efímero y lo perenne.


“La naturaleza es una buena maestra: su esplendor y majestad sacan en ocasiones al hombre de sí mismo y es así, en este éxtasis o desbordamiento, como a veces nace la experiencia religiosa.”

 Pablo D’Ors (Entusiasmo).




Hay momentos en los que mi jardín me sorprende, me deja clavado de asombro, como me ha pasado hoy, al llegar a mi casa de Amillano. Después de dejar el coche en el garaje, siempre echo un vistazo a los árboles y a las plantas del jardín, incluso antes de descargar nada. Será porque la llamada de la naturaleza es poderosa en mí, primordial.


Y hoy, al hacer el pequeño recorrido, he podido comprobar que los tulipanes que tengo plantados junto a los árboles, han explotado y están en todo su esplendor.


Yo planto los bulbos y, por días y días, me olvido. Por eso pienso que lo que la tierra me da es siempre más de lo que merezco. Lo que tengo ante mis ojos, es una nueva sorpresa, una pequeña y nueva maravilla.


Alrededor de un olivo centenario, un par de docenas de tulipanes rojos y amarillos forman un collar que brota de los pies, de las raíces de ese olivo. Parece una guirnalda hecha para enriquecer un vestido para un baile de una verbena veraniega. Solo con esto basta, y basta porque me ha hecho detener mi mirada sobre la imagen, invitándome a sonreír con tanta belleza.


Pero no es solamente un adorno, es más, todo es más siempre que uno quiera que lo sea.


Para mí, en esta mañana de abril, es una ofrenda de lo más efímero a lo más perdurable, en una unión agradecida por ambos; el complemento de lo inesperado, el orgullo del serio y ceñoso olivo volcado hacia el color de las hojas brillantes de los tulipanes.


Y mi mirada agradece el momento, mi cuerpo se relaja y se queda mudo, respirando la armonía de lo diverso.


Y me pregunto si alguna vez podremos los hombres seguir el ejemplo de este respeto y armonía entre diferentes, entre diferentes en edad, en colores, en tiempo de vida. 


Amillano, abril de 2018
Isidoro Parra.

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