PRIMAVERA XXII. Juego de ocultación.


“La belleza es necesariamente una apariencia.”
Byung-Chul Han (La salvación de lo bello)


¿Será cierto lo que dice Han sobre la apariencia de la belleza?.


Pienso en ello, mientras contemplo éste alarde de reflejos en el cristal; ésta réplica que ensancha con una apariencia de continuidad el horizonte de mi visión, que dobla la imagen para confundirme, o tal vez para hacerme un guiño e invitarme a pensar; nunca lo sé.


En los primeros planos, observo las superficies desnudas del mármol y del cristal, lugares vacíos que solo pueden habitarse por las personas que los recorren o por las imágenes que el cielo, las nubes o los antiguos edificios depositan en el cristal, y un aire de desnudez, de frialdad y desamparo me acosan por momentos.


Me siento un poco perdido entre la modernidad, su atractivo y el vacío que genera a mi alrededor, dejando mis sentidos a la intemperie, huérfanos del calor de lo conocido, interpelándome con rápidas preguntas sin respuesta.


Dudo de si lo que me aturde es la belleza que apenas sé captar o el miedo a perder mis cánones habituales, a salir a lo desconocido, a perder amparos.


Mi mirada se mueve entre ese primer plano y lo que encuentro al otro lado del agua, escenarios más conocidos, más reales, más amables por ello, pero también percibo una actitud en mí de inmovilidad, con ganas de rebelarse ante la visión repetida, conocida, ante su permanencia, y mis sentidos dudan sobre las veleidades de mis querencias.


Allí, en el punto de encuentro, en la línea vertical en que se juntan ambos espacios, busco el misterio que resuelva mis dudas, pero las respuestas resbalan, no acaban de fijarse ni en el paisaje ni en mi mente.


Y ésta empieza a buscar la armonía de lo diferente, el encuentro de tiempos y formas, intentando que todo ello penetre en mi ser como una nueva forma de belleza, como un ejemplo de necesaria sucesión entre pasado, presente y futuro, algo que me debe llevar a aceptar otras convivencias y armonías.


Al final, me veo impelido a dar las gracias por esta nueva forma de sentir el paso del tiempo.


Pamplona, mayo de 2018

Isidoro Parra.


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