PRIMAVERA XXIX. Rosa mosqueta.

“Que lo habitual resulte insólito, en eso quizás resida parte de la tarea de la poesía.”

José Mateos (Un año en otra vida)


Hay arbustos sencillos que siempre atesoran en su ser más de lo que aparentan.


Algo así pasa con éste de rosa mosqueta que me he encontrado en mi paseo de esta mañana.


Me acerco a él porque lo conozco, porque ya he hecho tratos con él en mi tierra media.


Me llama la atención la delicadeza de sus flores, rosa pálido unas, más intensas otras, salpicando las hojas verdes con el color suficiente para hacerlas sutilmente atractivas, ofreciéndose para dar ese aceite que embellecerá muchas pieles de mujer.


Como todo lo bello, tiene sus armas de defensa que, en primavera, están más ocultas. Parece que hoy la planta no está en la fase de defenderse, está en la de atraer las miradas, en la de regalarnos lo que es y todas sus promesas.


Lejos quedan los frutos que no son frutos, las espinas hirientes con las que te defenderás. Hoy todo es belleza, todo son secretos, invitaciones.


Te conozco desde que era niño y nunca te di la importancia que tienes. He tenido que madurar y que envejecer para valorarte, para intentar conocerte y quererte, para establecer acuerdos, siempre interesados por mi parte, mientras tú permaneces y te renuevas cada año como el vuelo silencioso de un ave fénix.


Contigo tengo un duelo de sentimientos: de una parte, admirar tu belleza que engalana caminos y, por otra, de haberte sentido un elemento que podía cortar, castigar, destrozar, sin ver que tu resurgimiento hablaba de tu grandeza, superior en mucho a mis posibilidades.


Ahora que los años me han dado otra paz y otra mirada, te contemplo con alborozo, llego a ti como al pueblo engalanado para la fiesta mayor y no te saco a bailar porque eres arisca y me pincharás, pero te miro y te miro sin descanso.


Gracias por la sencilla belleza que me regalas.


Amillano, junio de 2018

Isidoro Parra.


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