PRIMAVERA XXXIII. Haya y penumbra.


“Delante de la belleza descubro lo que sólo la oscuridad ilumina.”

José Mateos (Un mundo en miniatura)


Vuelvo a mi Urbasa, a los paseos sobre esos suelos verdes, suaves, amorosos, para recorrer un sendero que visita fuentes en las que el agua fría surge de las entrañas de la tierra para regalarnos su frescor en los calurosos días de esta primavera.


Contemplo las hayas que ya dejan ver sus hojas con profusión en sus ramas engalanadas, ofreciéndome la sombra reparadora, la promesa del descanso.


Llego a la fuente de Gortasoro, a la que siempre me gusta bajar para disfrutar de su agua y quedarme escuchando el silencio de su entorno y la belleza de sus viejas hayas.


Hoy me fijo en esa haya centenaria, agarrada a la superficie de la cuesta sobre la que se eleva, con su tronco inmenso, negro y rugoso, con sus raíces serpenteando por el terreno como las patas de una araña.


Es un viejo soldado, algo más que un vigilante fiel, es la compañía hecha realidad.


Observo sus ramas bajas, llenas de un verde claro, paralelas al suelo, a su pendiente, como si fueran el fruto del trabajo paciente de un jardinero.


Percibo la sensación de haber llegado por primera vez ante un testigo tan antiguo, tan perdurable, tan bello, y esa sensación es de amparo, de cobijo, de seguridad gratuita.


Pienso en lo mucho que me ofrece y lo poco que yo le puedo dar. Su grandeza y mi pequeñez, su importancia y mi insignificancia. Su humildad y mi vanidad.


¿Cómo no estar agradecido a la vida?, ¿cómo no admirar lo que la naturaleza nos otorga?


Cuando llego aquí y descanso, siempre parto algo más humilde, algo más preparado para aceptar lo que la vida me traerá.


En silencio, agradezco ese oasis de paz y la realidad que rodea mi vida. 


Amillano, junio de 2018

Isidoro Parra.




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