CAMINO A SANTIAGO. CAMINO AL INTERIOR. Sexta etapa.

DIA 24 DE SEPTIEMBRE:

DE VENTOSA A CIRUEÑA.


Creo que he descansado bien y me noto fuerte y capaz de hacer la distancia que me separa de Cirueña. No quiero intentar llegar a Santo Domingo porque puedo reventarme los pies y pagarlo caro.


Salgo de noche y, después de desayunar en un bar del pueblo, me pongo a caminar a las siete de la mañana, con mi frontal abriendo el Camino.


En los primeros metros, vivo una experiencia que me resulta novedosa, al ver cómo acuden a la luz de mi frontal, miles y miles de pequeños insectos que, en el aire y a la luz del frontal, parecen blancos. Espero y deseo que no se estrellen y, al hacerlo, dejen sus entrañas en mi cabeza. Intento andar apagando el frontal, pero la oscuridad es densa y me veo obligado a encenderlo de nuevo si no quiero acabar en la cuneta.


Con la oscuridad incierta del alba, con el silencio de la naturaleza y la soledad por compañía, me da la sensación de haberme perdido y, al mismo tiempo, de sentirme seguro, sin amenazas. Todo parece demasiado fácil, sin nadie que te interpele y con el dinero necesario en el bolsillo para pasar el día, pero en el fondo sé que no lo es. Es fácil sentirse protegido en la soledad porque lo que complica la vida son las relaciones, los actos propios y ajenos y los contactos. La vuelta a la realidad me pondrá en mi sitio.


El camino se presenta agradable, entre viñedos que cubren la ondulación de la tierra, las suaves colinas que conforman el escenario de estas tierras. Subo hasta un alto que me vuelca  ante la llanada donde se encuentra Nájera, que he podido divisar pasados pocos kilómetros desde mi salida.


A la bajada, y hasta llegar a Nájera, me voy encontrando con las primeras cuadrillas que van a vendimiar sobre los remolques de los tractores. El ambiente es de aparente alegría, con un aire festivo.


También dejo a mi izquierda, junto al camino, una construcción de piedra, restaurada, en forma de casco árabe, de considerables dimensiones que, rodeada de viñedos, tiene que ser una caseta para resguardarse del calor o de la lluvia. El tamaño y la forma hacen de ella una construcción especial que no pasa desapercibida.


Llego a Nájera y, a pesar de que son las nueve, la ciudad está todavía dormida, como si esperara un hecho que abriera puertas y sacase la gente a la calle, algo como un toque de campanas o un potente solo de trompeta. De hecho, no puedo sellar la credencial porque todas las puertas de Santa María La Real están cerradas y tampoco paso por ninguna oficina de turismo o lugar donde sellen credenciales.


Entre las dos opciones, esperar a que abran o seguir mi Camino, opto por la segunda y sigo mi ruta sacando alguna foto aislada.


Tras dejar Nájera subiendo una potente cuesta que me hace perder de vista rápidamente lo que dejo atrás, sigo por un paisaje entre viñedos verdes, con la fruta madura, que conforman el paisaje típico de La Rioja al que estamos acostumbrados.


Y repaso la poesía de San Juan de la Cruz:


(Respuesta de las criaturas)

Mil gracias derramando

pasó por estos sotos con presura,

e, yéndolos mirando,

con sola su figura

vestidos los dejó de hermosura.


El camino me lleva a Azofra, un pequeño pueblo con una calle principal, alargada, que lo cruza y donde se sitúan todos los negocios del pueblo. Como llevo quince kilómetros de camino, me paro a sellar en un bar en el que está el sello de la iglesia y, de paso, me tomo un par de huevos con jamón y chorizo que me saben a gloria y me reponen fuerzas. El último huevo me lo como al estilo Goicolea, dejando la yema entera para un bocado final con el que regodearse, y descanso un buen rato.


Continuo el camino sabiendo que me quedan algo más de diez kilómetros y que, conforme pasan las horas y los kilómetros, las fuerzas se agotan y cada paso es un esfuerzo de voluntad.


En ese tramo, y a raíz del huevo que he almorzado, pienso en Sabin y en Lourdes, en su momento vital, en su responsabilidad y en su esfuerzo, en el fuerte lazo que les une, en sus tres hijos, en cómo ha crecido nuestra amistad, diferente con Lourdes y con Sabin, pero de la misma intensidad. Nos unió una casualidad laboral, pero la construcción de lo que hoy tenemos ha sido un resultado de un deseo recíproco, lleno de momentos de respeto y fidelidad, también de dudas y desasosiego; en fin, de lo que va nutriendo nuestra vida. Gracias.


A la salida del pueblo, pasados unos metros, paso junto a la Picota de Azofra, una columna que, de lejos, semeja un crucero, pero al llegar junto a ella te das cuenta que es otra cosa. Es uno de los rollos de justicia, de origen medieval en mediados del siglo XVI, que consisten en una columna de piedra donde se exponían públicamente las cabezas de los ajusticiados. Este rollo, representaba la espada de la justicia hincada en tierra y tenía como misión disuadir al malhechor antes de que cometiera el delito.


En el Camino, lo fundamental es echar un pie tras otro, sin pensar en los que has echado ni en los que te quedan por echar. Hay momentos que me recuerdan a las “galeras” que no he vivido, pero hay que fijar la voluntad en cada pisada, en la siguiente y en la de después.


El camino hacia Cirueña es pesado y sin paisajes interesantes. Al final, los últimos kilómetros son una cuesta descorazonadora, para desembocar en un bellísimo campo de golf, rodeado de una urbanización de cientos de casas terminadas de las que más del ochenta por ciento están en venta. Algo que me recuerda a muchas de las cosas que hemos vivido., sin poner en duda que los campos de golf han sido un detonante de muchos éxitos empresariales y también de muchos fracasos.


Llego al albergue Virgen de Guadalupe, una casa vieja más que antigua, con un responsable curioso, español, mandón pero servicial.


Al llegar, no está mi mochila y tras alguna llamada, veo el error que tuve el día anterior de no avisar a Correos de que no me había quedado en Navarrete y había seguido hasta Ventosa, con lo que concluyo que mi mochila sigue en el albergue de Ventosa. Tras varias gestiones, ayudado por el gestor del albergue, consigo que un taxi que está volviendo de esa zona, me la traiga.


Mientras llega, paso el tiempo descansando, conociendo la casa y haciendo las tareas que puedo hacer.


Mando mi mensaje del día: “Sexta etapa concluida, de Ventosa a Cirueña. 34.220 pasos y 26,1 kilómetros, con mucho calor.”


En la planta baja, dos duchas con wáter y un lavadero, la cocina y el comedor. Algunas de las estancias, a pesar del deterioro de la casa, están protegidas por puertas blindadas.


En el primer piso, varias habitaciones con nombres como Roncesvalles, Torres del Río, Puente La Reina, Estella, todas navarras, un aseo y, en el segundo piso, una capilla muy peculiar, esotérica, cristiana, hippy, del mundo, que intenta ser cálida pero consigue lo contrario, en fin, un sitio no apetecible aunque al anochecer alguna pareja lo aprovecha para otros menesteres más apetecibles.


Descanso, escribo y sigo con mis lecturas.


Steiner me regala este pensamiento:


“Qué envidiables son los que no dudan.”


Estoy de acuerdo con ello y también en completo desacuerdo. De acuerdo porque muchas veces he pensado y he creído que ese pensamiento era cierto, me hacía envidiar a los que no dudaban nunca, pero también estoy en desacuerdo porque creo que la duda, bien gestionada, ayuda a crecer. Pienso que el que duda, tiene más posibilidades de no hacer daño a los demás.


Como no me apetece salir, me quedo, junto con otros, a tomar la cena comunitaria de peregrinos, plato único de lentejas con vegetales y chorizo, muy buenas. De postre, un yogurt con mermelada de higo hecha por el mismo patrón.


La cena nos la sirve en grandes platos de madera y, antes de empezar nos los intercambia dejándonos a los hombres los mayores y los pequeños a las mujeres. Sin comentarios, con alguna protesta, pero sin hacerla muy efectiva dado que el “patrón” impone con su figura.


Conozco a una familia, marido, mujer e hija, procedentes de Australia con los que entablo una pequeña conversación que consolida una ligera relación cuando le ofrezco a la hija media tableta de chocolate que llevo en la mochila, al que es adicta. Sabrosa adicción.


He estado leyendo una buena parte de “Asimetrías”, de Adam Zagajewski, y continuo con el resto.


Quiero transcribir un poema que me ha gustado especialmente, probablemente fruto de lo que estoy viviendo:


SANDALIAS


Esas sandalias que compré hace muchos años

por veinte euros

en Teológos un pueblo griego

en la isla de Tasos

no se gastan para nada,

siguen siendo nuevas.

Seguro que me han tocado.

de una manera totalmente casual, 

unas sandalias de un eremita, de un santo.

Cómo deberán estar sufriendo

llevando a un mortal corriente.


Toca descansar.


Recuento físico:

Pasos del día: 34.220. Acumulados: 187.568.

Kilómetros del día: 26,1. Acumulados: 148.


Comentarios

Entradas populares