VERANO III. Desasosiego.


“¡Porque la inutilidad tiene un resplandor!.”

Joseph Roth (Artículo en Die Ostercichische Post, 1 de enero de 1.938)



Este mes de julio nos visitan las nubes y las tormentas con más asiduidad que en otros años o así me lo parece, aunque no tengo una memoria firme para estos ciclos del clima; los soles que me iluminaron se fueron lejos, las lluvias que me mojaron se han secado y los vientos que me irritaron han callado su voz.


Esas tormentas, en algunos casos, vienen precedidas por una avalancha de nubes de distintas formas, densidades y colores, como en una manifestación no autorizada.


Desde mi retiro de La Luna, observo este atardecer que apenas deja ver el sol algunos instantes, cuando el viento barre las nubes que lo ocultan. Parece un ingenuo juego de magia, ahora lo ves, ahora no lo ves.


Esta tarde, el cielo me ofrece toda la escala de formas y colores de nubes que me podía imaginar.


Sobre la crestería de Lóquiz se posa esa manta de algodón que se acomoda a su cima como un guante a una mano, como una caricia a una piel,  como una madre arropando a su hijo, empapando la tierra de humedad, regalándole horas de sombra en este pesado día.


Por encima de la montaña, ya en el aire, un sinfín de formas, nubes que parecen untuosas, cálidas, te invitan a un descanso, a un pensamiento; son nubes que se estiran y se rompen como un lamento, que amenazan con su oscuridad; nubes que me dejan mudo, paralizando mis preguntas, que me atenazan con su presencia y me inquietan en lo más profundo de mi mente.


En algunos momentos, me arrancan de la paz en la que habito, como un recordatorio de que estoy recibiendo más de lo que me merezco, anunciando un cambio. Dudo, pero me acerco a ellas con la mirada, intento fundirme en ellas y, poco a poco, el desasosiego se diluye en ese abrazo de belleza instantánea, en ese prodigio de formas y suaves colores.


Una forma diferente de sentir el poder de la belleza.


Amillano, julio de 2018

Isidoro Parra.




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