VERANO V. Soles y soles.

“La inteligencia se alimenta más con la belleza que con los conocimientos.”

José Mateos (Un mundo en miniatura)



No hay amarillo más intenso que el de las hojas de tus flores.


Ahí, alineados como soldados en perfecta formación, acumuláis la belleza de cada planta, parecéis un mosaico de millones de piezas agrupadas en una sincronización perfecta: la dureza verde de los troncos clavados en la tierra en perfecta geometría que mira a ese sol que, al girar, os da el nombre por el que se os conoce, ese loco sol que sale de fiesta cada mañana para coronar de luz el paisaje que os rodea.


A lo largo del día miráis del este al oeste, en un seguimiento fiel al sol mayor que os guía, en una coreografía perfecta que regala color al que se detiene ante vosotros.


Cuando llega este tiempo de verano, me gusta recorrer los campos de mi tierra y recrearme en las plantaciones de girasoles, mirarlas de lejos y de cerca, beberme su color.


El mes de julio y las primeras semanas de agosto, alcanzan su momento de esplendor, de mayor brillantez, de señorío uniformado.


Yo los observo y los veo en actitud de ofrenda, de comunicación, casi de búsqueda del amor, de coqueteo con nosotros en algunas horas, para pasar a inclinar su cabeza en señal de humildad ante la creación, ante el sol que se aleja.


Y todo eso desde su quietud, desde su fijación a la tierra, a la repetición diaria de su movimiento y su color.


Y me pregunto como puede crearse por sí sola tanta maravilla, tanta precisión, tanta belleza, porque nada habría podido conseguir el hombre con su deseo de sembrar, de cultivar y cosechar si, al margen del conjunto, tú, girasol solitario, no existieras, creado por el misterio.


Misterio, siempre el misterio que nos mantiene alerta, haciéndonos preguntas.


Amillano, julio de 2018.

Isidoro Parra.


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