VERANO VI. Espinas para la belleza


“En el crepúsculo de los sentidos, sentir la belleza es sentir que la belleza es la verdadera manifestación de lo real. “

José Mateos (Un mundo en miniatura)


En ocasiones, la belleza surge de lo más inesperado, de aquello a lo que no queremos acercarnos porque en nuestra mente lo tenemos archivado como feo, no deseable, eludible si se puede, pero la belleza es tozuda y cada elemento tiene su entorno y su momento para brillar, su hora del día y su luz para ser visto con otra mirada.


Así me ha pasado esta mañana, dando mi paseo por el valle. Normalmente, cuando lo hago, siempre procuro fijarme en dos planos; por una parte, en el horizonte más lejano, en el paisaje más abierto, el que me abre el corazón y mis sentidos aunque me haga sentirme más pequeño; por otra parte, en lo más próximo, en la nota de color, en la flor, en el destello que me atrapa.


Hoy, la imagen ha salido a mi paso sin hacer ruido alguno, sin llamar mi atención con un color llamativo ni una luz especial. 


A la sombra de una granja, nacidos a sus pies, y sin mayor interés para nadie, este grupo de cardos se ha ido formando para llegar a este momento preciso, a su epifanía para mis ojos.


Y aunque el color no es brillante, todo compone una armonía de tonalidades suaves. En este caso, la vejez del color de la pared que les sirve de telón de fondo, de contraste y de descanso; el color de los desconches que dejan asomar el deterioro de la pared y que señalan el de nuestras vidas, la herrumbre de esa rueda verde que permanece con o sin utilidad pero que aguardaba este momento excelso de la comunicación.


Todo se aúna, todo está ahí para que lo vea, para crear ese cuadro de cardos, de espinas, de vieja pared que resiste, en una armonía lista para la obra de arte del que la quiera o la pueda ver.


La belleza, que me sorprende en el momento más inesperado para dar sentido al día.


Amillano, julio de 2018.

Isidoro Parra.


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