CARTA ABIERTA Nº 3 A LOLA MASCARELL.

Buenas tardes, Lola. 


Me he puesto a escribirte esta carta, a la sombra de un nogal, en mi jardín de La Luna. Un leve y deseado viento hace bailar las hojas y alivia la temperatura que nos baña.


Hay una cierta calima en el horizonte que desdibuja caminos introduciendo una presencia no muy amiga en esta tarde de julio. Parece que el aire se carga de preguntas sobre mi vida que tengo que dejar a un lado. En estas ocasiones, siempre tenemos dos opciones: enfrentar las preguntas y buscar una respuesta o dejarlas pasar para que vuelvan en otro momento. 


Estoy leyendo tu último libro publicado: “Un vaso de agua”.


En el primer poema, me he topado con la música, la de las hojas de los chopos cayendo y haciendo vida y nido de otras vidas. Entiendo que, al verlas, te hayas preguntado por la posibilidad de caer como ellas, cantando con el viento, mudas en la calma, sin herirse ni dañar a nadie.


A mí, la idea de montaña me hace sentir la vida con mayor plenitud, con total confianza, hasta con entrega desinteresada. Tal vez por eso, he creído percibir algo de lo que hablas en tu poema “Idea de montaña”. Cuanto más lo sientes, más lo echas en falta cuando tus ojos sólo ven los muros de cemento que pueblan las ciudades.


Tampoco tengo claro que el que la vida prosiga, pese a todo, sea un consuelo o una derrota, pero, a pesar de los pesares, yo prefiero que prosiga, aunque sea arrastrando cadenas o falsos laureles, pero si tengo claro que los sueños de ser más o de ser siempre, naufragan varias veces a lo largo de nuestra vida. Solo la aceptación y la duda nos salvan. Y qué bueno es que sucedan cosas sin intervención alguna por nuestra parte.


A lo largo de los poemas de este libro me ha parecido que le has dado mucha importancia a los primeros versos que, en muchos casos, ponen los límites del alcance del poema o abren la puerta del jardín para que entre el sol y el olor de las higueras.


Vida atravesada por instantes fugaces, partidas y huidas, llegadas y encuentros, todos los instantes de la vida hechos plegaria que expresas con precisión. Tú que tuviste la suerte de aprender las palabras precisas, nos regalas este amplio y ligero poema lleno de agradecimientos.


Sería de agradecer que de cualquier buen poema quedara, al menos, lo que queda de lo vegetal cansado, ya duro, al ser quemado en su lecho natural, el olor del humo que desprenden, las nubes ligeras que forman en su huída hacia el misterio, su aportación a la construcción del siguiente ciclo. Yo apuesto porque los poemas también se queden en nuestros pulmones, que los podamos seguir respirando.


Me ha dejado un poco triste tu poema “Agujero negro”. Tal vez sea porque me ha tocado adentro, porque todo poema en el que te quedas clavado cuenta algo de ti mismo. Esa finitud permanente que nos habita, en la que no llegamos a escuchar nuestros sollozos, esa incomprensión que llena ese vacío sin explicarlo.


A veces me pregunto cómo podemos ser tan avaros, cómo podemos estar permanentemente deseando tener más cosas cuando estamos rodeados de objetos que están intentando huir de nuestro alrededor porque se aburren, porque no les hacemos caso. Tu poema “Paso”, me ha dado una nueva luz al dilema al hacerme ver que amamos tanto la naturaleza porque, entre otras cosas, sabemos que no nos pertenece y tampoco necesitamos tener un título de propiedad sobre ella.


También me ha hecho pensar en mi recorrido por los caminos de la vida y los fracasos, el final de tu poema “Cima”:


“Cada renuncia eleva 

la cima en la que crece tu deseo.”


En algunas ocasiones, tus poemas no solamente expresan sentimientos o un estado de ánimo, que lo hacen, pero dicen más, su música me llena la cabeza de otra palabra: belleza sencilla, gratuita.


No solamente he leído disolución en tu poema del mismo nombre, también he leído fusión, aceptación y conformidad, paz de que todo vuelve a reunirse en su origen, antes, ahora y siempre.


La realidad y un círculo que se inicia en un punto cuyo impulso desconocemos y el encuentro consigo mismo, la aceptación de ser tú mismo y no otro, incapaz de hacer aquello que no sea parte de tu yo, todo eso en los escasos versos de tu poema “Nostalgia”.


Qué sencillez y sabiduría de la que no se aprende pueden tener algunos versos. Cuánta profundidad en tan pocas y tan sencillas palabras, en las que lo cotidiano y la repetición se convierten en el sentido que nos permite vivir en paz la vida:


“Escribir por ejemplo 

que el día se termina, 

y que no pasa nada.”


Qué tranquila y preciosa la aventura de no desear otras cosas que lo que uno tiene.


Si pudieras leer algunos pensamientos de mi libro “A vueltas sobre la belleza”, libro escrito sin pretensiones, como un aliento que quiere respirar, me creerías si te digo que, para mí, la brevedad es uno de los reclamos de la belleza.


Creo, al leer varios poemas en los que hablas de la felicidad de ser lo que eres, de estar con quién estás, de hacer lo que haces, de vivir donde vives, que el tiempo en el que has escrito muchos de estos poemas, ha sido un mar de reconocimientos, de aceptaciones y de luz. Es posible que parte de la luz de tu anterior poemario haya querido llegar a éste y dejar algo de sus amables sombras.


Me parece que en tu poema “Objetos” hay mucho de tributo, de reconocimiento de que no muere todo lo que deja de latir, sino aquello que no nos recuerda nada ni a nadie, que los que hemos amado viven en los objetos que nos los recuerdan y así, con sencillez, vamos construyendo la tela de araña que nos sostiene.


Calma, mucha calma. Esta es la imagen general que me traen tus poemas, al acabar el libro.


Gracias, Lola, por dejarnos sendas por las que caminar y espacios en los que encontrarnos.


Un abrazo,


Isidoro Parra.

Amillano, julio de 2021.





Comentarios

Entradas populares