LA TERRAZA DEL MUSEO.



A esta terraza puedes llegar de dos formas: desconociendo que existe o sabiendo de su presencia.


Si no sabes de su estar en la esquina del Museo Universidad de Navarra, tienes que pasear por los caminos de su campus o hacer una visita al Museo para percibir que existe, ahí, en una esquina, sin ánimo de distraer el interés de lo que el edificio contiene, como un apéndice para compensar esfuerzos, para que los cuerpos descansen.


Al fijar tu mirada, destaca una especie de jaima tártara sin guardianes en sus bordes, algo irregular. Desde la distancia, es difícil darle forma o sensación a lo que percibes. No aciertas a saber si es algo provisional, en construcción, o algo definitivo, estable. Debes acercarte.


Si, por el contrario, ya sabes de su existencia, cuando te acercas desde el centro de la ciudad, vas sintiendo el frescor de la vegetación al tiempo que lanzas tu mirada para ver aparecer la jaima tras la loma que la resguarda.


En cualquiera de los casos, resulta difícil conocer esta terraza y no volver a ella.


Es la terraza de la cafetería y restaurante del Museo Universidad de Navarra y abre su propia mirada al Sur, hacia la luz, hacia los espacios verdes de los que se alimenta y en los que se proyecta.


Si haces el recorrido Museo-terraza, es pasar de la belleza a la belleza, diferentes, pero gratificantes: pasas del alimento del alma a la caricia de los placeres gustativos.


Una vez allí, tienes dos elecciones: bajo cubierta de la jaima o en las afueras, en una intemperie acompañada.


Todo depende de la estación del año y de la hora. En mi caso, si voy a primera hora de la mañana, justo cuando lo abren, la opción es bajo la jaima y un café caliente; si paro después del paseo, cerca del mediodía, la opción es las afueras, con un Martini servido en una exquisita copa balón con los bordes dorados y acompañada de una croqueta de mejillones.


Allí aposentado, la tentación de leer un buen libro compite con la de disfrutar de la naturaleza que se extiende frente a la terraza, un golpe de verde lujurioso durante todo el año.


Ahora, que es invierno, los árboles están desnudos, pero la hierba, el trabajo y los cuidados protegen sus raíces que explotarán de vida en unas semanas.


Frente a la terraza, al otro de esa alfombra verde, las factorías del poder, porque el saber es poder, frente a la ignorancia que es condena.


Es un espacio con cierta equidistancia de la cultura que le cerca, bebe de ella, pero respeta las diferentes opciones de los sentidos.


Con el paso de las semanas, voy coincidiendo con otros paseantes que recalan en este espacio para disfrutar, seguramente, de los mismos placeres que los que yo me beneficio.


En ocasiones, algún alumno con su tutor o con un profesor que, seguramente han buscado este espacio para darle un aire más personal a la conversación; en otras, un grupo de visitantes del Museo, con los recuerdos en sus voces de la belleza contemplada; en otras, un grupo de trabajo que repasa conclusiones y matices mientras toman un café; en otras, un visitante que, acompañado, contempla por primera vez esta maravilla de campus, este espacio para la reconciliación contigo mismo. Estas son algunas de la compañías con las que comparto unos minutos de relajación.


Este espacio de encuentro, de descanso y de relaciones, se convierte poco a poco, por derecho propio, en un destino, una isla en el mar de ruidos y tensiones de la ciudad.


Pamplona, enero de 2021.

Isidoro Parra.


  

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