VERANO XI. Fuente al pie del bosque.

“En la naturaleza, sea de ello consciente o no, el hombre recuerda de dónde viene. En la naturaleza el hombre contacta con sus orígenes; también con ese otro Origen que llamamos Dios.“ 

Pablo D’Ors (Entusiasmo)


Sigo en las suaves colinas de Urbasa, testigos de mi serenidad.


Hoy, esta fuente no me ha sorprendido, y no lo ha hecho porque la estaba buscando, la conocía y me tiene encandilado desde hace muchos años; hoy quería volver a verla, a pisarla y a beber su agua.


Es la fuente de Basauntziturri (casi literalmente, fuente de la cabra de monte), que surge de la tierra a ras del suelo, entre piedras calizas que traen el agua del interior del bosque.


No es la más cómoda, pero sí la más singular, la más femenina, la que se prodiga en silencio, con suavidad, para ofrecerse y volver a hundirse en la tierra a los pocos metros. Con su entrega a ras de tierra, nos obliga a tendernos para besarla, para saborearla.


Cuando llego a su lado siempre me detengo, siempre la admiro, aunque la poca agua que hoy me ofrece me hace difícil poder disfrutarla.


No se ve la mano del hombre en su salida ni en su arquitectura, es un vestigio de viejos tiempos en los que posiblemente otros hombres acamparon a la vista del manantial y disfrutaron de sus aguas.


Me pregunto qué susurros me trae del bosque, de las profundidades de la tierra, bajo las hayas que la coronan, qué secretos y qué conocimientos quiere comunicarme, qué habrá visto que yo nunca veré, qué trae de todo ello en sus aguas.


Por eso, bebo, bebo no solamente para aplacar mi sed, bebo para quedarme con alguna palabra que pueda arrebatarle, bebo para ser cómplice de sus secretos, para ser un poco más suyo, para que ella sea solo un poco más mía.


Llegar aquí, detenerme, contemplar, beber su agua, pensar, ordenarme, sonreír tímidamente. Si esto no es una forma de belleza será que no sé nada o que no siento nada.


Amillano, agosto de 2018

Isidoro Parra.




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