CARTA ABIERTA Nº 3 A OLVIDO GARCÍA VALDÉS.

Buenas tardes, Olvido.


Hace un par de horas, he leído una carta que …. Le dirigía en un medio de prensa a Carmen Martín Gaite. Comenzaba diciendo que se dirigía a ella indicando su nombre y dos apellidos, todo junto, diciéndole que hacerlo por el nombre de pila, no conociéndose, le parecía algo similar a una frivolidad, una seña de colegueo inexistente, casi presuntuoso. 


No es esa, ni mucho menos, la idea que me anima a dirigirme a ti por tu nombre, sin tus apellidos. Lo hago porque me parece más sencillo y más coloquial. Usar tus apellidos me cargaría de una responsabilidad que no sabría cómo afrontar.


Bueno, Olvido, hoy quería hablarte de tu tercer poemario: “Caza nocturna”.


No estoy seguro que hablarte de poemas concretos -que lo haré- sea tan importante en este caso. Digo esto porque creo que el sentido al poemario lo da el conjunto, la atmósfera de caza que se respira, el desasosiego de la persecución, la distancia y la desesperación serena que te permite contarlo, esas serían las sensaciones que me ha producido tu libro.


Dicho esto, te cuento que, afrontando tu primer apartado, “Tizón”, me he encontrado con el poema “Mujeres con una única…”. Creo que has retratado bien esa actitud de resistencia impermeable a cualquier influencia, a cualquier cambio, por conveniente que fuera. Nunca juzgo y, además, hacer falta conocer el perfil concreto o a la persona, pero muchas veces, observando a mujeres o hombres con esas actitudes, me pregunto si su actitud no nos engaña y de lo que se trata es que han elegido una opción, meditada o no, que les hace discurrir con más autoridad por las horas.


Soledad profunda, miedo, negrura en el aire, carrera al abandono, a la desesperación, es lo que he sentido al leer tu poema “la voz, la …”


Últimamente, con un amigo de la familia, hablamos con frecuencia de la necesidad de estar alerta, de no dejarse llevar, de analizar, de tomar decisiones. Por ello, me he recreado un poco en ese poema corto:


“diría: mira a tu espalda 

por si pierdes pie 

por si acaso.”


Me gusta leer un poema y sentir que aunque el poeta no te conozca, está hablando de algo tuyo, de algo que también tú has vivido o vives.


También me he preguntado, Olvido, si estamos condenados a vagar y morir, solamente a eso. Al leer tu poema “reconozco en la espalda…”, no veo que nada ni nadie se salve, leo que al final, siempre espera la cuchilla en la nuca. Me cuesta conciliar tu pensamiento o lo que interpreto como tal.


He leído varias veces tu poema “Este conocido temblor…” con el ansia de que en cada lectura descubría algo y me perdía más. Me encanta ese inicio:


“Este conocido temblor 

de las hojas con la brisa y este verde 

de abril como un vómito 

en la luz..”


Dibujas en esos versos una imagen que puedo sentir. Puedo oir y, de hecho, escucho el temblor de las hojas en los nogales y, aunque nunca había pensado en el verde lujurioso de los sembrados en abril como un vómito, puede serlo si lo comparamos con la luz, si lo dejamos caer de ella.


En ese mismo poema, algo más adelante, cuelgas un verso que me hace pensar entre lo que aparento, lo que me dicen que ven los otros y lo que soy: “… puesto que se percibe lo que se es.”


Tengo que decirte que, al final, el poema me deja la prisa metida en el cuerpo, una sensación de agobio de no llegar a todo: es como si hubieras provocado un deseo que no podré cumplir.


Caza cumplida para la mosca atrapada en la tela de araña y libertad en su soledad, cerca de las nubes, para la manzana. Qué curioso, que pudiendo volar más alto que la manzana, la mosca se dejara atrapar en las tierras medias.


El primer poema de la segunda parte, “Caza nocturna”, habla de formas, sobre todo de curvas, y de colores, todas señaladas con anillos, casi prisioneras. En tus palabras he leído formas de la memoria, escorzos de dulzura y entrega y, al mismo tiempo, rigidez y desapego, todo envuelto en un velo de distancia.


Toda una tarea para varias horas, la que me has mandado con el inicio de tu poema “Sólo lo que…”:


“Sólo lo que hagas y digas 

eres, incierto lo que piensas, invisible 

lo que sientes dentro de ti.”

 

Lo que pienso siempre es incierto y cambiante, salvo algunas parcelas que componen mi hacienda más personal, lo que siento dentro de mí es invisible, pero también creo que podemos amar lo que no vemos y que nos puede hacer vivir. No estoy tan seguro de que solamente seamos lo que hacemos o digamos, porque solo hacemos una pequeña parte de lo que somos y si hablamos del decir, todo depende de con quién, cuándo, por qué y para qué. De todos modos, Olvido, es difícil decir tanto en tan pocas líneas. Gracias por la sencillez y la profundidad.


Me gusta esa interpretación que haces de su foto, la grande de la sala, pero me pregunto si, sobre todo las fotos, son algo más que la imagen fija de un instante, sin matices, sin los reflejos medio ocultos de los ojos, sin la tensión de la apariencia, del disimulo.


Ese final de tu poema “No hay princesa…” me trae el recuerdo de momentos vividos con esa sensación de algo parecido a la paz y el deseo de bien hacer las cosas:


“… Y después 

sigue haciendo con gusto lo que queda 

sin prisa, sabiendo que ya acaba.”


Olvido, no es un reproche, pero me ha parecido algo escéptica tu mirada cuando no consigues localizar en la ciudad a casi ninguno a quien no mentir. Tu mirada corta, disecciona, separa en grupos (me parece bien, que quede claro, expresar la propia opinión), para llegar a un final rotundo con el que me quedo para repasarlo:


“… o qué bien ese otro 

modo de no contar las cosas y contarlas 

que algunos hombres tienen 

si no son en exceso afirmativos 

o mercaderes; no mentir, 

no mirarse al ombligo, no ser 

delicuescente, no llegar 

al decálogo.”


Me encanta ese verso perdido en medio del poema “Deslumbra…”, cuando dices: 


“… Porque somos inherentes 

al hablar el oír 

y el callar.”

 

Aunque en esta carta sea yo el único que habla, y posiblemente demasiado, te aseguro que prefiero callar y escuchar. Es la única forma de aprender.


He afrontado la tercera parte de tu libro, “Pastoral” y no he podido menos que sonreír al leer esa imagen en tu primer poema: “Es morena, tiene ojos oscuros de pájaro desarbolado”. No había leído nunca esa cualidad del color de los ojos, pero me lo imagino y me hace sonreír.


No puedo verme más reflejado en la imagen que creas al final de tu poema “Había resbalado…”:


“… Veía atardecer 

y amanecer, cada vez parecía 

la última. Era muy hermoso.”


Demasiado real y tan duro tu poema “Umbrío el naranjo…” que me ha dejado con los brazos inertes, sin movimiento, sin poder decirte lo que ha traído a mi mente tu repaso al suicidio.


Me gusta esa posibilidad de contemplar la luna que entra por la venta, inundando la estancia con ese mar de plata pálida, con el recuerdo del sol en la memoria y en el calor de los muros.


Qué imagen tan potente esa de que “Ella siega con el arranque de la amargura”. Cuántos gestos de madres me vienen a la memoria.



Bueno, Olvido, como ves, me he encontrado con otras cosas, además de la atmósfera de caza. Cada libro tuyo que leo me acerca más a tu forma de comunicar, a tus pensamientos, a los reflejos en el papel de esos pensamientos, de aquellos momentos, que hoy podrán seguir siendo los mismos o diferentes.


Gracias por escribir y regalarnos tu poesía.



Pamplona, mayo de 2021.

Isidoro Parra. 


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