CARTA ABIERTA Nº 4 A OLVIDO GARCÍA VALDÉS.

Buenas tardes, Olvido.


Creo que el atardecer es una buena hora para ponerse a escribir cartas.


En este caso, he dejado pasar un par de días desde que finalicé la lectura de tu poemario “Del ojo al hueso”, en el que he recorrido caminos que van del ojo al ser, de la mirada al objeto mirado, de esa mirada al existir, todo ordenado o desordenado con la debida distancia, he recorrido un mundo animal, otro vegetal, lleno de colores, de casas y cosas.


Así, en tu primer poema, “Sigue el proceso…”, he recorrido un paisaje en el que, tras o a la par que la contemplación, he visto la herida abierta, la que nos hace vivir, la que nos provoca la ira que nos hace estar vivos.


Al final de tu poema “Con el lápiz…” dices que las casas recordadas “son las casas de la misma sustancia de los sueños”. No lo tengo claro, Olvido, si es así o solamente son soñadas las que se acercan desde los recuerdos en la proximidad de nuestro pasado, pero me pregunto también en qué medida las casas que soñamos no son las que hemos vivido, aquellas que nos han conformado a lo largo de los años, para hacernos ser un poco lo que somos, nuestros miedos, nuestros amarres, más allá de los sueños que empañan nuestra razón.


Leyendo tu poema “Sube el ruido… “ me pregunto y te pregunto, ¿dónde mirar para seguir viviendo?.


Me he metido en lo que he vivido como un laberinto, como un rompecabezas. Hablo de tu poema “Busca el equilibrio…”, en el que he percibido el ansia de abarcar el todo, de no dejar que lo más nimio se te escape. A veces dudo si lo que procede es mirar intentando abarcar todo o fijar la mirada en un punto y contemplar.


Al leer tu poema “Alrededor, el silencio… “, me he acordado de Josep María Esquirol que, en su último libro, “Humano, más humano” dice que cantamos para celebrar y para no tener miedo, pero me parece que tú amas las paredes en penumbra y gustas de moverte en lo oscuro. No sé si es la expresión de contrarios o solo es la expresión de la complementariedad.


En un poema tan corto como “no te engañen …” te he visto pasar, o eso me ha parecido, de la visión a la desconfianza y de la acción a la conclusión, era pocas líneas, en pocos versos.


Leyendo tu poema “A veces el tiempo…”, me has hecho detenerme en muchos versos. Al principio, dices que “a veces el tiempo se dilata, caben en un día días, se prolongan en el sueño los rostros…”. Creo que no es necesario que lo haya entendido, pero me ha llevado a pensar en algunos días que nos dan para mucho, que se extienden más allá del horizonte y de nuestros propósitos, días que acaban con una sensación de paz, de que la vida puede no ser tan corta.


Te planteas la duda, “y si hubiera una vida en la que ser dichosos sería aquí”. Al leerlo, me planteo si podría ser que mi vida fuera, definitivamente, aquí, en mi Monasterio de la Luna, lejos de las prisas. Creo que aprendería a ver venir la muerte, que dejaría de ser mi enemiga.


Hablas también en ese poema de un espacio que defines así: “en él cuantos han muerto viven y viven los que morirán.” He pensado en, apurando un poco más allá tu frase, interpretándola a mi favor, cómo sería ese lugar si pudiéramos todos hablar sin el recelo de lo que nos quedara por vivir, sin las dudas de lo vivido.


Tu poema “los dos caminan, …” me habla con un lenguaje sencillo, como una posibilidad de vida, animal tras animal.


No sé responderte, y lo he pensado, a tu pregunta “¿qué tiempo es éste en que el interés mayor lo suscita la contemplación de un bicho?”. No tengo la respuesta, Olvido. Tal vez por eso, me atrevo a devolverte la pregunta, esperando tu respuesta.


Una mirada al abismo, a la intemperie que nos impide comunicarnos, así me he sentido al leer tu poema “carece del don…”, especialmente en ese rotundo final: 


“La palabra huye por un agujero 

paralizada por un instante contempla ese agujero.”


Un juego de contrarios que no se entienden y hacen daño, es lo que me ha parecido que nos propones en tu poema “hablar y escuchar…”. Es un mapa de hilos rotos, en el que el decir es desigual con el escuchar, y el expresar con el entender, el hablar y el ser.


Dices, en tu poema “Habla de líquenes, …” que no sabes de poemas, solo por semejanza. Yo tampoco sé de poemas, pero me hacen vivir, me cuentan semejanzas con mi vida, con mis deseos, con mis fracasos y, sobre todo, con mis dudas.



Olvido, me quedo con la sensación y el deseo de tener que leer de nuevo tus poemas. Creo que no llego, que me falta mucho por ver, por sentir, por leer, pero de momento, creo que, para no divagar, debo cerrar esta carta, corta, sincera, en la que anidan esperanzas de recorrer tus poemas y atrapar más palabras, más imágenes, más impactos.



Hasta pronto.



Pamplona, mayo de 2021

Isidoro Parra.


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