VERANO XVII. Mensaje.


“Así que tú sabrás, caminante,

adónde quieres ir con lo que sientes,

adónde va a llevarte el pensamiento.”

Felipe Benítez Reyes (Ya la sombra – La sorpresa incesante)


Caminos y pensamientos, todos en movimiento intentando acomodarse al ritmo de mis pies; caminos y pensamientos entrelazados, unos como vehículo de reflexión de los pensamientos y éstos formándose y creciendo sobre el lecho de los caminos.


En los bordes de los caminos siempre nos encontramos con árboles que nos abren a imágenes soñadas, que nos traen recuerdos para alimentar una idea, para crear una ilusión, para hacernos buscar referentes y crecer.


Hoy, en los bordes del parque que disfruto frente a mi casa, me he detenido ante este árbol, conocido en lenguaje común como Jabonero de China o Árbol de los farolitos. Durante su despertar anual en primavera o durante su vida adulta en cada verano del año, tiene para mi solamente el impacto de la sombra que proyecta. De hecho, cuando paso a su lado, no percibo un olor especial ni un color llamativo. Tampoco su crecimiento ni su frondosidad me llaman especialmente la atención.


Ahora bien, cuando se acerca el otoño, en los últimos días del verano, comienzan a coger color esos frutos que nos ofrece desde sus ramas. Por una parte, un anuncio de la llegada de otro ciclo y un anticipo temprano de su agonía anual que llegará en el otoño.


En esos momentos, el árbol me ofrece un color diferente, no en sus hojas, sino en sus frutos, frutos en forma de cápsulas que guardan en su interior las semillas y que van oscureciéndose tomando un brillo que parece que le dan vida propia, independiente de las hojas. De hecho, parece un anuncio de una separación entre los frutos y el resto del árbol. De hecho, se desgajan como lágrimas contenidas en un vuelo a cámara lenta que los separará definitivamente del árbol, pero no hoy. Su caída parece inminente cuando, en realidad, estarán ahí mucho después de que las hojas desaparezcan, hasta ya entrados en el invierno.


Es un mensaje que llega en el tránsito de su vida anual, cuando ya saben que lo irremediable es la muerte y, lejos de achicarse, desarrollan una nueva imagen para atraer más miradas, para vivir con más intensidad los días de vientos helados, de aguaceros y nubes grises, tal vez esperando que alguien se los lleve a casa para calentarse al amor de las miradas.


Pamplona, septiembre de 2018.

Isidoro Parra.


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