VERANO XVIII. Intensidad.


“En los dominios del espíritu como en los de la materia, nada suena sin algo que lo toque.”

José Mateos (Un mundo en miniatura)


Todos los árboles tienen su momento de esplendor a lo largo del año, esos días en que sus flores son más llamativas, sus hojas más brillantes, sus frutos más reales o su sombra más amplia.


De hecho, cuando salgo a pasear todas las mañanas, cruzo un túnel de sombra que recibo con alivio. Es un túnel cubierto por las ramas de un grupo de encinas que, por lo tupido de su ramaje, no dejan pasar al suelo ni un pequeño rayo de sol. A pesar de tenerlo en mi memoria, de saber que voy a llegar a él y lo voy a cruzar, nunca levanto los ojos hacia los árboles, nunca salvo hoy.


A la vuelta de mi paseo de esta mañana de finales del verano, he llegado a este grupo de encinas y he levantado la cabeza para chocarme con una abundancia de frutos desmesurada, miles de bellotas llenando los huecos entre las hojas, en un alarde de potencia, de vida.


La  bellota, no siendo comestible para nosotros, es uno de los frutos más espectaculares de nuestro entorno. El árbol ha tenido que generar dos partes diferenciadas y al mismo tiempo unidas, de un lado la bellota con su forma de melón diminuto, de pequeña bala y, junto a ella, la cápsula que la mantiene unida al árbol.  


Tal vez por tratarse de un árbol muy común en nuestra tierra, le damos menos importancia que la que tiene, pero siempre hay un día para dedicárselo, para responder a su ofrecimiento mudo.


Hoy creo que se me ha ofrecido o me ha hecho una llamada de atención. El ofrecimiento se hace palpable en la sombra que genera, oscura como sus hojas y su tronco, una sombra en la que se puede percibir la profundidad, el cobijo, el silencio, tan evidente en la sombra como en la cascada de bellotas que discurren por sus ramas.


Si es una llamada de atención es seguro que quiere indicarme algo más que su presencia, tal vez quiere decirme que ella también es bella, también merece una mirada y una reflexión. Por si te sirve de algo, hoy te veo mujer, te veo madre en ese ofrecimiento y ese desbordamiento de tus frutos.


Y poco me cuesta reconocer que eres bella, aunque no pueda saborear tus frutos, que eres longeva y me acompañarás en el recorrido que me quede por hacer.


Por todo eso, gracias.


Pamplona, septiembre de 2021.

Isidoro Parra.


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