CAMINO A SANTIAGO. CAMINO AL INTERIOR. Novena etapa.

DIA 27 DE SEPTIEMBRE:

DE SAN JUAN DE ORTEGA A BURGOS.


A pesar de no tener previsto desayunar ni en el albergue ni en ningún bar cercano, me lleva más tiempo del que quisiera prepararme y salgo pasadas las seis y media, aunque tenía intención de salir antes.


¡¡SOCORRO!!. Recorrido ya casi un kilómetro me doy cuenta que me he dejado el bastón en la entrada del albergue, dónde lo había dejado el día anterior, al llegar. Cuesta poco, teniendo todo el camino por delante, tomar la decisión de volver atrás, recoger el bastón que, por supuesto, estaba en su lugar y volver a iniciar el Camino poco antes de las siete de la mañana.


Aún es de noche, pero la senda se adentra enseguida en un bosque habitado, primero, de pinos altos y, a continuación, de robles del mismo tipo que los del día anterior. La luz de mi frontal va dibujando un túnel en el camino con poca visibilidad más allá de seis o siete metros.


Tengo la impresión de que es un tipo de roble que no crece demasiado y, aunque forman realmente un tupido bosque húmedo, no son árboles imponentes.


Al amanecer, que coincide con la salida del bosque, me sorprendo con lo contrario: enormes robles aislados unos de otros, enseñoreándose en los labrados y en los caminos. Y ya se sabe, hablando en términos de belleza, donde esté la de un árbol solitario que se quite la del bosque. No puedo negar la máxima de que el bosque no deja ver los árboles.


El primer pueblo que me encuentro en el Camino es Agés, con numerosas casas antiguas, hechas de piedra, adobe, maderas a la vista y yeso, muchas de ellas con apariencia de deshabitadas. A las salida del pueblo, en uno de los últimos bancos verdes y metálicos, puestos en su día por las Cajas de Ahorro de la capital, Burgos, me siento a arreglarme las ampollas que me están molestando.


A los pocos metros, una vez fuera del pueblo, pasamos junto al puente de San Juan de Ortega, de pequeñas dimensiones, pero precioso, en medio de un grupo de árboles que le dan sombra.


(Puente de San Juan de Ortega) 


Ya es hora de echar un recuerdo a San Juan de la Cruz:


(Esposa)

Mas ¿cómo perseveras,

¡oh vida!, no viviendo donde vives,

y haciendo porque mueras

las flechas que recibes

de lo que el Amado en ti concibes?.


El camino es agradable hasta llegar y pasar Atapuerca.  Dan ganas de pararse un buen rato y visitar yacimientos, pero algo me dice que ese es “otro viaje”, que lo que ahora toca es andar y andar, seguir y seguir el Camino, acercarme a Santiago. 


A la salida de Atapuerca, el Camino asciende por una cuesta llena de piedras que se te clavan como agujas en las ampollas de los pies. Cada pisada es un quejido contenido, un recuerdo de la huella que el camino ha dejado en mi piel y en mis pies, un recordatorio de mis debilidades y limitaciones. El camino discurre entre encinas ralas que dan al entorno un aspecto pobre, que parecería indicado solamente para la cría de cabras, aunque se ven buenos rebaños de ovejas.


Al subir a lo alto, y desde una cruz que se encuentra en el entorno de una zona militarizada, se divisa toda la llanada de Burgos capital con las torres de su catedral muy al fondo.


Se inicia un descenso que sigue haciendo sufrir los pies por la abundancia de piedras en el suelo, hasta llegar a una zona de caminos de concentración y carreteras muy locales, apenas transitadas, que suavizan la andadura.


Las reflexiones, a esta altura del Camino, van formando parte de un ejercicio diario que hago con naturalidad, procurando no repetirme, no darle muchas vueltas a la misma …. porque olerá, pero me vienen a la cabeza pensamientos sobre mi mismo y también se me acercan imágenes de las personas queridas.


Pienso en mis debilidades, la falta de constancia o de profundidad para algunos temas como las lecturas clásicas y su comprensión. Es cierto que podría disculparme diciéndome a mí mismo que no me instruyeron cuando era un niño, que no me enseñaron el camino, que los esfuerzos que me pedían iban dirigidos a otros fines y así, mil excusas más, pero no es una respuesta completa y tampoco me deja tranquilo. Como el tema me importa, no me basta con cerrarlo en falso. Sinceramente, creo que me faltan habilidades o capacidades. De hecho, en estos últimos años que estoy leyendo con más método, con una disciplina concreta, me noto que se van abriendo caminos en mi mente, pero me cuesta una eternidad avanzar un pasito y retrocedo con facilidad. Un tema que probablemente me afecta es que leo con bastante rapidez y me resisto a volver a leer lo leído. En realidad puede ser cualquier cosa, pero insistiré, no veo otro camino.


Hoy he querido reflexionar un poco sobre Laura, a la que siento tan cercana. Creo que ha sido un regalo haberla conocido, no solamente por aspectos profesionales, sino especialmente por la confianza que se ha generado, por su bondad, por su sonrisa, por su sacrificio y entrega, por su valentía afrontando la vida, saliéndose de todo lo establecido, asumiendo riesgos, por aceptar que todo lo que viene no es de color rosa, pero que la vida merece la pena vivirla. Gracias.

 

Es una faena que hay que digerir, pero divisar la meta de la etapa cuando todavía estás tan lejos, a menos de la mitad de la ruta del día es un fastidio, porque andas y andas, intentas olvidarte del dolor y la distancia y parece que no vas a llegar nunca.


Además, en este caso, cuando ya has pasado por todos los pequeños pueblos de acercamiento a Burgos, te enfrentas a una carretera para dar la vuelta al perímetro este del aeropuerto –eso sí, sin vuelos- y desembocar en la gran recta que atraviesa el polígono de Gamonal para llegar a Burgos y atravesar una larga aproximación de asfalto.


Así que, pasados un par de kilómetros del polígono y siguiendo los consejos de Sabin, cojo un bus urbano que me acerca a Burgos.


Una vez en la ciudad, no puedo dirigirme directamente al albergue porque tengo que desviarme andando hasta Correos para recoger la mochila, ya que no las reciben en el albergue municipal.


El albergue, La Casa del Cubo, detrás de la catedral, atendido por hospitalarios voluntarios, la Asociación de Amigos del Camino, me sorprende por tratarse de un albergue renovado, muy moderno, cuidado y muy limpio.


Apenas instalado, mando mi mensaje del día: “Bueno, novena etapa concluida, San Juan de Ortega a Burgos, 32.813 pasos y 25,4 kilómetros.”


Después de la toma de posesión de mi litera, de la distribución de mis escasos enseres, de la ducha y las curas, salgo a la ciudad y, antes de nada, hago una visita a la catedral que, por supuesto, me ha impresionado: retablos, cuadros, molduras y pinturas de techos, vitrales, altares, arcos, escalera dorada, Papamoscas, etc. Grandeza de piedra blanca y luz, mucha luz.


La recorro con cierta tranquilidad y hago un alto especial en la Capilla llamada del Santísimo, recinto reservado para la oración dado que la catedral, en su conjunto, está preparada para ser recorrida como un museo. Allí, en esa grandiosa, al tiempo que austera, capilla, casi solo, me siento integrado, cómodo, y mantengo una conversación íntima con quién sea que me escuche, al tiempo que recito la oración de la meditación “Padre mío, me abandono a tí …”


Después me doy un pequeño homenaje con una comida con lechazo incluido, algunos detalles de cocina de diseño y buen vino tinto, en una terraza frente a la catedral en la que me permiten descalzarme, aunque escondo los pies bajo el mantel que pongo en una silla frente a mí, y aprovecho para descansar y airear los pies y las heridas.


Al mismo tiempo que disfruto de la comida y de la visión de la catedral en sus muros exteriores y en sus torres, aprovecho para leer las respuestas a mi whatsup, planificar la etapa del día siguiente y hacer la reserva de litera en el destino elegido. Me da tiempo para leer algo de mi Copérnico.


Después de comer, me doy una vuelta pequeña por Burgos, disfrutando de su aire provinciano y saludable, de sus paseos  a la orilla del río, de sus puertas medievales y calles estrechas. Aprovecho para comprar algunas cosas de farmacia que necesitaba y fruta para cenar y para desayunar a la mañana siguiente. También me doy una vuelta por alguna librería que me han recomendado y caigo en algún delgado libro de Zagajewski.


Vuelvo al albergue para airear los pies y recoger la colada que he dejado tendida.


Mientras acaba de secarse, escribo mi diario y profundizo en lecturas que tengo iniciadas, aunque también echo mi primer vistazo a los poemas del nuevo premio Princesa de Asturias.


Avanzo bastante con “Tú no eres…”, le doy también un empujón a “Guerra y Paz” y me quedo atrapado con Banville en Copérnico.


Me está calando Zagajewski con su invitación a releer a Rilke y me sumerjo en Steiner del que todos los días extraigo un pensamiento. Unas frases sobre su pasión por la música:


“Es un lugar común observar que la música comparte con el amor y la muerte el misterio de lo evidente.”


“Sólo sé que la música es una condición sine qua non de mi existencia. Refuerza lo que creo ser o, más bien, lo que busco en lo trascendental.”


Antes de poder dormirme, tengo que llamar la atención a una señora que desde las escaleras que dan a la habitación comunal está hablando por el teléfono en voz alta, pasadas las diez de la noche. 


La noche resulta placentera, a pesar de que estoy en una estancia con más de cien camas, pero la privacidad de cada litera y los tapones en los oídos hacen que todo resulte más personal y privado.


Recuento físico:

Pasos del día: 32.813. Acumulados: 292.942.

Kilómetros del día: 25,4. Acumulados: 231,3.


Comentarios

Entradas populares