CARTA ABIERTA Nº 8 A JOSÉ MATEOS.


Buenas tardes, José.


Estos días he retomado la lectura de esa joya que me regalaste, tus silencios escogidos -podríamos completar el título con II-, en los que alternas tus breves pensamientos, con tus propios dibujos y la traducción al chino que aún los envuelve más en ese halo de niebla y silencio que necesitan los pensamientos breves.


Por eso, hoy, después de hacerlos reposar unas cuantas horas, me permito enviarte estas líneas para contarte lo que me han hecho sentir.


Dices que cuando te quitas de tu propia vista, las cosas cantan y ríen. Es cierto. Suele pasar. No sé si es una cuestión de distancia, de mirada o de ser un poco menos vanidoso, de olvidarse de que uno no es el centro del mundo ni de la creación anónima de un genio o un dios, pero parece que cuando nos olvidamos un poco de nosotros mismos, todo lo que vemos cobra más importancia en el espacio que se abre ante nosotros.


Tu pensamiento sobre el gastar y tener más o menos amor, me ha hecho pensar en el milagro del dar, en la dicha que supone haber descubierto lo mucho que recibes cuando das algo. Si lo llevas a los estratos del amor, tan cambiantes, tan sólidos y tan inestables, el canje adquiere otras proporciones. A mis años, pienso que solamente amas si estás dispuesto a dar más de lo que recibes, si no reclamas, si no te quejas, si cuando algo te duele te refugias en el silencio reparador.


Qué grandes nos hace vernos nuestra vanidad y nuestra estupidez, siendo tan pequeños. Así pasa y por eso, ese pensamiento viene cargado de motivos para pensar: “Si de verdad fueras grande qué pequeño te verías.”


Cómo nos vamos a alegrar con el exceso que nos sobra. Nos sobran kilos y no podemos dejar de comer o beber; nos sobran libros que no volveremos a leer y nos acordamos de cuando empezábamos a construir nuestra biblioteca, la excitación de leer y colocar en la estantería nuestros primeros libros; todo nos lleva a pensar en la alegría y la ilusión que provoca la escasez.


Es cierto, José, que vemos poco cuando solamente vemos lo que se ve, pero a mí también me pasa que me puede herir la ausencia de lo que veo más allá de lo que veo.


Hasta el hombre más abandonado de sí, hasta en la suciedad de la vida en la calle, hasta en el registro de tantas decisiones equivocadas, estoy seguro, veo huellas del amor, el rastro de las heridas que ha dejado en esos cuerpos la falta de amor, aunque me cueste acercarme.


Me tienes que decir cómo buscar esas palabras que, más que decir, dejan oír. Me las quiero imaginar, pero me cuesta encontrarlas. Me imagino que afloran más en una conversación a dos o en una conferencia donde solamente habla uno y el resto guarda silencio.


Le he dado varias vueltas a ese pensamiento en el que dices que “Cuando escucho la música y me conmueves, ya no soy yo quien se conmueve”. Es posible que quisieras decir otra cosa, pero yo he sentido que querías decirnos que cuando algo exterior a nosotros, algo que nos viene de las afueras, nos conmueve, en realidad, estamos viviendo una sensación inducida desde fuera, no provocada desde nuestro interior. Así lo he entendido y he pensado en esos momentos en que me conmuevo, en soledad y en silencio, pensando en mis errores, en mis sentimientos.


Nunca me han gustado las verdades rotundas, esas que se expresan sin ninguna humildad, sin dar opción a réplica. Estoy de acuerdo en que esas verdades son siempre el manto que oculta las dudas reales, los complejos, la necesidad de que te escuchen y te den la razón, aunque no la tengas.

 

Es realmente hermoso cuidar al que no puede hacerlo por sí mismo. Así lo vivo en mi experiencia de voluntario hospitalario. Unas gracias salidas de la boca de un enfermo son más verdad que cualquier otro agradecimiento.


Sólo tengo algo de experiencia en observar enfermos y sus rostros, pero es cierto que sus cuerpos, sus manos, sus ojos, sus gestos, expresan lo que realmente tenemos de humanos, nuestras necesidades, lo que nos hace grandes en realidad.


No es fácil, José, eso de sentir la música de la vida cuando ésta se esta yendo, pero si creo que saboreamos con más realidad y profundidad los momentos musicales de vida que nos salen al paso cuando ya pensamos en que no durará mucho. Es posible que no sean tan vitales, pero son más profundos, más sentidos.


Qué satisfacción lo de hacer algo a cambio de nada. Es como lo del amor, cuanto más das sin que nada te den, más tienes en tus manos. Es el misterio del crecimiento por el amor.


Tienes suerte, José, si apagas las luces y se enciende la oscuridad. Aún te escuchan las musas.


No lo añores, José, estate seguro de que entre tus contrarios, tú y tú como enemigo de ti mismo, solamente tú obtienes la victoria, porque el que vence siempre es el verdadero, el que perdura, aunque no sea por toda la eternidad y aunque sufra por ello. A veces pienso que no acabamos de aceptarnos.


He sonreído con simpleza, pero con empatía, con esa imagen de la flor marchitándose, dejando atrás la belleza que la afea.


Voy a seguir el consejo de tu último pensamiento. Como todo lo que podría decirte también puede callarse, no voy a alargar más esta carta.


Hasta pronto, José.


Pamplona, agosto de 2021

Isidoro Parra.


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