OTOÑO V. Presencia amarilla y roja.

“Que la belleza me proteja del tiempo.”

Manuel Álvarez (Museo de cera)


Pocas cosas tienen unos heraldos más bellos y más llamativos que el otoño.


Son los colores atrapados por el silencio y la quietud, anunciando la llegada de la nueva estación y alumbrando el paisaje de inesperados tonos y matices.


Hoy me llaman la atención los amarillos y los rojos.


Ese amarillo de los álamos que se tiende como una cascada de luz hacia el suelo verde. Parece que su gesto me transmite la melodía de un adiós sosegado, tranquilo, anunciando una temporal despedida y marcando el tiempo de mis latidos.


A su lado, ese rojo de los arces que sube hacia el aire como una antorcha que pide paso, que marca el camino o que grita desesperada por el corto tiempo que le toca vivir.


Y yo contemplo su belleza sin pensar si lo que me ofrecen es el anuncio de una agonía, su generosidad en el adiós o un grito desesperado y silencioso.


Hoy los veo expuestos al capricho de los vientos, dejándose llevar a otras tierras, plenamente dispuestos al viaje, ofreciendo sus hojas para ser diluidas por la lluvia o arrojadas al suelo para engalanar las calles.


¡Qué espectáculo el de los árboles que me ofrecen estos colores en otoño! ¡Qué belleza siempre esperada y siempre sorprendente! Cada año se renueva el milagro y cada año me entrego en sus ramas para querer atrapar algo de su belleza, de su brillo, orgulloso de haber cumplido un ciclo más.


¿Cómo pasar a su lado e ignorarlos?, ¿cómo no dejarse empapar de la belleza gratuita y madura de los colores en otoño?


Pamplona, octubre de 2018

Isidoro Parra.



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