CARTA ABIERTA Nº 1 A LOUISE GLÜCK.


Buenos días, Louise.


Estás tan lejos (distancia medida en kilómetros lineales que nos separan) que me da cierto reparo tutearte, incluso escribirte esta carta.


Acabo de leer tus poemarios “Figura descendente” y “El triunfo de Aquiles”, y son muchos los poemas en los que me he detenido para leerlos más de una vez. También he desistido de entender otros, aunque los haya leído más de una vez. Una vez más, se confirma la dificultad de leer poesía escrita en otra lengua, en otro contexto, sobre todo si, como es mi caso, no te has preocupado, insensatamente, en conocer algo sobre la autora ni sobre su vida.


Por eso, aunque tengo señalados varios poemas y subrayados varios versos, hoy quería hablarte de tu poema “El triunfo de Aquiles” que da título al segundo de los libros.


Permíteme, Louise, que antes de mis comentarios transcriba tus propios versos.


Dices, iniciando el poema:


“En la historia de Patroclo 

nadie sobrevive, ni siquiera Aquiles 

que era prácticamente un dios.

Patroclo se le parecía; usaron 

la misma armadura”.


Al leer estos versos, mi mente se ha alejado de mí, ha volado en el tiempo hacia el pasado y hacia las tierras del Peloponeso, en Grecia.


Esos nombres tan potentes, Patroclo, Aquiles, me han atraído como el misterio.


Me los imagino con las tensiones de las batallas asediándoles, quitándoles el tiempo que les gustaba vivir compartiendo el aire.


También me pregunto por qué nacen las historias, los personajes mitológicos, por qué unos perduran en el tiempo y otros no, qué sentimientos asediaban a la mente que describió sus perfiles, que creó la gesta que les hace sobrevivir después de muchos siglos.


Creo que en nuestra generación ha tenido mucha influencia el cine. En mi caso, cuando leo La Iliada no puedo evitar acordarme de una vieja película sobre la guerra de Troya que llenó mi mente de rostros y personajes que, pasados los años, he ido vistiendo con las palabras de Homero y de otros, ahora con las tuyas.


Leyendo tus versos, pienso que no quedaba otro camino que dibujarlos como dioses, como lo son todas aquellas personas que se aman, esas a cuyo alrededor se crea un espacio que, sin barreras, se hace impenetrable para los demás.


¿Qué sentiría Patroclo cuando vestía la armadura de Aquiles? ¿Qué sentiría Aquiles viendo su armadura brillar sobre el cuerpo de Patroclo?


Creo que ellos sobrevivieron a su propia vida con más fuerza y esplendor que los tiranos.


Continuas tu poema con esta estrofa: 


“Siempre en estas amistades 

uno sirve al otro, uno es menos que el otro; 

la jerarquía 

resulta siempre evidente, aunque no podamos 

fiarnos de las leyendas: 

proceden del superviviente, 

de aquel que ha sido abandonado.”


Aquél que ha sido abandonado puede que quisiera participar de la compañía del otro durante muchos siglos.


Es cierto que en en esas y en otras amistades, uno sirve al otro, pero qué podríamos decir del gozo de servir a la persona que se ama, de esa entrega con abandono en la que se borran las distancias y las jerarquías.


¿Sabremos en el fondo quién servía a quién y en qué momentos?


No me puedo imaginar, Louise, que uno se sintiera menos que el otro. ¿Cómo funciona el goce de las entregas y los disfrutes? ¿Cómo se amasan los pensamientos en la distancia?


“¿Qué eran los navíos griegos en llamas 

al lado de esta pérdida?”


Me atrevo a decir que nada. No eran nada los navíos griegos en llamas ni el mundo.


Lo que quedaba, seguramente, era el vacío que todo lo llenaba, el deseo de romper la rueda del tiempo, quebrar sus radios en astillas diminutas, maldecir a los dioses, renegar del mundo, cubrirse de barro y vagar por caminos perdidos.


“En su tienda, Aquiles 

lo lloraba con todo su ser 

y los dioses vieron


que era ya un hombre muerto, víctima 

de la parte que amaba, 

la parte que era mortal.”


Veo que, dentro de toda su grandeza, Aquiles conservaba una parte de debilidad, de humanidad, la parte donde se hospedaba lo más bello de su vida, sus sentimientos, su capacidad de amar.


¿Cómo no iba a querer morir al quedarse vacía su humanidad?


Otros lo intentan pero no lo consiguen, no son lo suficientemente fuertes para morir o no tienen la suerte de Aquiles, y vagan como sombras por los páramos en que se convierten sus vidas.


Su muerte, al fin, le dio tanta grandeza como su vida, lo hizo más inmortal.



Historias, Louise, bellas historias que nos ayudan a buscar y construir la nuestra propia.


Gracias por tu poesía.



Pamplona, noviembre de 2021.

Isidoro Parra.

Comentarios

  1. Hola amigo: Leo tu carta a Louise. - Primero decirte que me resulta una carta curiosa. por haber escogido este poema que se necesita releerlo para atrapar algo de su fondo. y que tú has intentado escudriñar. Como tú planteas, hay varias interrogantes que también yo me planteo a través del poema.
    --Es bueno intentar usar la misma armadura que la de la persona a que amas? Seguramente quedarías absorbido por su esencia y podrías quedar asfixiado por por ella. Por eso yo no me la pondría entera. Dejaría unas rendijas para respirar. Estoy de acuerdo en lo que dices:
    "" Veo que, dentro de toda su grandeza, Aquiles conservaba una parte de debilidad, de humanidad, la parte donde se hospedaba lo más bello de su vida, sus sentimientos, su capacidad de
    amar.""
    Seguramente por eso pudo dejar morirse aun siendo un "dios" para los demás.
    --Se puede amar si te revistes de armadura infranqueable y no dejas que te cubran con armadura de piel delicada ?? Yo creo que se puede pero manteniendo una actitud casi siempre egoista y sin dejar aflorar toda la humanidad que comentas. Creo que en el caso del poema, triunfó porque seguramente no toda la armadura era infranqueable.
    Creo que me he enrrollado, pero ..... Un abrazo -- Tommy

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    1. Hola Tommy, de nuevo respondiendo con excesiva demora. Me gustaría hablar contigo de ese desarrollo que planteas; si es egoista amar con una armadura infranqueable. Te diría que si, que es egoista, pero habría que pensar en si esa armadura es consecuencia del daño recibido.

      Hablamos.
      Isidoro.

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