CARTA ABIERTA Nº 11 A JOSÉ MATEOS


Buenas tardes, José.


Inicio esta carta con las últimas luces de un día muy caluroso. Afortunadamente, estoy en mi monasterio de La Luna y, frente a mí, las nubes que arrastra el viento se han colocado, como boina blanca, sobre el cresterío de Lóquiz, la sierra que contemplo frente a mi casa.


En esta tierra, por mucho calor que haga durante el día, es raro que no refresque por la noche, hasta necesitar algo de ropa en la cama.


Bueno, José, hoy quería enviarte unas líneas acerca de tu poemario “Primavera, año cero”, publicado el pasado año 2020.


La impresión general con la que me he quedado es que el libro vuelve a volar, como los dos anteriores tuyos. Las palabras parecen elegidas con esmero, con tenacidad, para decir lo que querías decir y nada más. También me ha dado la impresión de que has escrito y has limpiado, has simplificado para concentrar la atención del lector en la intención de cada poema.


Ya lo dices en el poema con el que abres el libro: “A la tierra hoy desciende/otro lenguaje.” Y eso parece; senota la búsqueda de nuevos temas, de nuevos giros -como un rastro reciente en las afueras de tu confort-, aunque aún te queda la nieve que te arropa.


También te queda la niebla para esconderte del mundo en esas primeras horas de la mañana, del mundo y de los acusadores sin conciencia, de los que condenan antes de preguntar, de saber.


Ya habías dicho en otro poema de otro poemario anterior que las preguntas “revelan”. Desde que escribiste aquél poema, has tenido que escuchar muchas preguntas y has llegado a enfrentarte, parece, a “preguntas oscuras que envenenan”. Un salto que podríamos comentar, porque las preguntas no dejan de ser búsquedas insolentes, llamadas de la curiosidad del que piensa poco en sí mismo.


He sentido algo parecido a una decepción o a un dolor intenso, sin posibilidad de calma alguna, al pensar que solamente nos entregamos por entero en una ocasión, cuando nos rendimos a la muerte:


“Solo el que muere entrega, 

sin reservas, su cuerpo.”


He sonreído al leer tu poema “Borracho” y he pensado en vivencias personales y en otras presenciadas. Un buen escenario para rodearlo de niebla, aunque sea al alba, la del día y la del cuerpo.


Tu poema “Oráculo” me ha hecho pensar en esta tierra que me rodea, en la que abundan las encinas, algunas de ellas longevas, muy longevas, como la de esta fotografía que te envío, al final de esta carta, de una encina milenaria que todavía respira a dos kilómetros de mi monasterio. Es cierto que parece que las encinas van encerrando en ellas toda la vida que se esfuma a su lado, que pillan todo lo que pueden. Son unas supervivientes.


Cerrado, abierto, contrarios que bailan entre nuestros cuerpos y los de las personas que deseamos o amamos, puertas y ventanas para entrar, para salir, para llamar, para ocultar. Las normas no pueden dejar todo eso inmóvil, encerrado.


Vueltas y vueltas a tu poema “Un 14 de abril” y a algunas de sus estrofas, cómo ésta:


“A punto ya de entrar en la edad última, 

¿qué más puedo pedir, siendo yo el mismo 

que persiguió sin éxito

verdad y compañía.”


Espero, José, que ese lamento sea fruto de un mal instante pasajero. No sabemos cuál es la edad última y puedes pedir una segunda o décima oportunidad, tienes el derecho y el deber.


Un poema conversando con tu padre, corto, y otro con tu madre, largo. ¿Significa algo la extensión del mensaje?. Como no soy muy curioso, prefiero hablar de mí, ponerme en tu lugar frente a esa tarea. Creo que si supiera hacerlo, yo también escribiría el poema más corto a mi padre y el más largo a mi madre.


Me he detenido en otros poemas, en otros versos, pero he vuelto al tema del padre y de la madre. Estoy seguro de que no es solamente como consecuencia de lo que has escrito pero, en el fondo, han removido mis recuerdos, mi infancia, mis rupturas, mis encuentros.


Tal vez por eso, pienso que ha llegado el momento de despedirme, José.


Muchas gracias.


Amillano, agosto de 2021.

Isidoro Parra.




                                    P.D.

                                    Encina milenaria de Eraul. 







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