OTOÑO XII. Amarillo entregado.


“Ni la proporción, ni el encanto, ni la semejanza…., la característica más esencial de la belleza, la única que permanece a lo largo de los siglos y sus diferentes gustos, es la fragilidad.”

José Mateos (El ojo que escucha)


El día está cubierto por una capa de nubes que amenazan lluvias intensas. El color del aire también es gris, con olor a humedad y frío.


Es uno de esos días en que la humedad se te mete en el cuerpo y hace tiritar los pliegues de tu piel. Es como la llegada de un visitante no deseado, demasiado frío y antipático.


A pesar de ello, protegido de calzado y ropa, salgo a caminar por los parques cercanos a mi casa de Pamplona.


Al poco rato, un horizonte en tres colores me detiene en seco y mis ojos se expanden y se recogen para apresar esta maravilla que se extiende delante mía.


Mi mirada se queda atrapada en el amarillo, coronado por esas nubes blancas y grises, algunas negras, preñadas de agua, pesadas como un sueño.


Ese amarillo está atrapado entre el gris de las nubes y el verde del césped del parque, al que cubre con una alfombra de oro, caricias y lamentos.


¡Cuánta belleza acumulada en esta imagen!


Creo que los árboles que dejan caer el amarillo de sus hojas sobre ese suelo verde están agradeciéndole el lugar que ocupan; es como un tributo para celebrar el cambio del sol del verano a la paz del otoño, es un lenguaje de confidencias y de promesas, que en este caso cumplirán cuando le anuncien que no es un adiós, que es un hasta luego.


En esta imagen, el color se entrega al color, como la amada al amado, se adormece en su lecho, descansa de su camino y nos regala esta imagen para seguir preguntándonos por el misterio.


Pamplona, noviembre de 2018.

Isidoro Parra.




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