CARTA ABIERTA Nº 1 A BASILIO SÁNCHEZ.


Buenos días, Basilio.


Soy lector tuyo desde hace unos años, especialmente de tus últimos libros, pero ahora que estoy castigando mi vanidad con la escritura de estas cartas, he querido echar una vista atrás a alguno de tus primeros poemarios.


Hoy quería mandarte estas líneas después de haber leído tu poemario “Los bosques interiores”, publicado en 1993 y posiblemente escrito en los meses o años anteriores. En esas fechas, creo tendrías menos de treinta y cinco años y ya tenías tu cabeza sembrada de una cosmología de imágenes que te iban a acompañar durante muchos años.


Después de leer un poemario siempre me gusta pensar en qué imágenes generales me ha dejado, a qué saben sus páginas, sus palabras, más allá del significado de un verso concreto.


En este caso, tu libro me ha hecho vagar por jardines umbríos, oscuros y vencidos por el tiempo, pero todavía presente; jardines en paz, aunque castigados por la vida y por el cronos. También me ha parecido estar viviendo un recorrido por el tiempo de una vida vivida o soñada, desbrozando los entresijos de los caminos entre los árboles. Y también el mar, allende.


Al leer tu primer poema “La enramada…”, me he detenido en la palabra antiguo, saberse “antiguo”. Sabiendo que no es lo mismo saberse antiguo, que es signo de permanencia, de cierto valor, he reflexionado sobre la diferencia con sentirse “viejo”, que para que tenga algo de valor requiere un esfuerzo y una vigilancia permanentes, algo que ya no debería ser, a estos años. Me he consolado pensando en los secretos de la “profunda languidez de las hojas”.


Después, he pasado más de unos segundos leyendo y releyendo tu poema “Un vehículo oscuro…”. Me has hecho pensar en el tiempo y en lo que nos afecta su paso o su escasez, como dices. He hecho viajar mi mente hacia el pasado no vivido, a esa ciencia que los griegos pensaron para hacernos pensar, en su concepción circular del tiempo. Tal vez si no hubiéramos ido más allá de aquellos conceptos, no nos afectaría tanto la escasez.


En tu poema “Ya nadie desconoce…”, me he detenido en el camino del regreso, el regreso de la ilusión, la vuelta del destierro, el camino hacia el encuentro de la mujer amada, de la casa que nos vio nacer, hacia los olores que quedaron unidos a nuestra infancia. ¡Restituimos de tantas formas y por tantos caminos!


“En el agua embalsada…” hay una distancia de respeto hacia la ofrenda de las cosas, a las imágenes que se intentan escapar al tiempo.


Piedras, lluvia, tierra devastada, confusión del día y la noche en la oscuridad … y una estrella culpable, todo ordenado y dispuesto en capas de miradas para anhelar el perdón para las cosas y para nosotros. ¿Quién se beneficia cuando nos perdona?.


Al final, estoy contigo, una de las cosas que nos queda es la belleza, seguramente porque su percepción solo depende de nuestra mirada.


Me imagino el tiempo que pasaste en ese mirador, observando el tiempo sobre el mar, la sonrisa de las olas y la memoria del agua. Alguien antiguo pensó que, además de fluir dentro de todas las cosas, el agua fue y es el origen. Tal vez tuviera razón, al menos la suya.


Y así, Basilio, he pasado unas horas leyendo y releyendo tus poemas, profundos, de una mirada vasta hacia la vida.


Gracias y hasta pronto.


Pamplona, noviembre de 2021.

Isidoro Parra.


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