CARTA ABIERTA Nº 2 A FERMÍN HERRERO.


Buenos días, Fermín.


Para escribirte una carta acerca de tu poemario “Sin ir más lejos”, que acabo de volver a leer, hay que madrugar, levantarse con las primeras luces para saludar a toda la naturaleza que despierta cuando abres cada página de tu libro, porque, si no me equivoco, este libro va, algo, de eso, de darse cuenta que la naturaleza está ahí, ante nosotros, gratuita, sin que la merezcamos, dispuesta a llevarnos por unos senderos o por otros.


Aunque el libro también habla mucho de la quietud de todo lo que vive, de esa calma de los atardeceres, cuando los colores se van desvaneciendo y los olores son más nítidos, más cercanos, me quedo con el descubrimiento, una vez más, del mundo y la vida que se nos ha regalado por medio de la naturaleza que nos rodea, de la tierra y lo que crece, lo que vuela sobre ella.


A algunas personas, este libro les puede parecer simple, por la extensión y lo evidente de algunas imágenes. A mí me parece un ejercicio de pureza para la escritura y para el alma.


Solamente si se tiene oficio, si respira tu alma, sedienta, si se ha pensado cada imagen, si se ha pulido cada verso, se puede alcanzar la limpieza de estos poemas.


Voy a intentar evitar, en lo que queda de carta, los halagos, porque creo que con lo dicho hasta aquí, podrás entender que el poemario no solamente me ha gustado: me ha metido en tus paisajes para sentir su belleza y su capacidad de traer equilibrio a mi vida diaria.


Como lector, me alegro de reconocerme como un ser débil, si débil es aquél que lee poesía, que la siente necesaria. Así lo he leído en tu poema de introducción al libro, en el que haces una declaración de pensamiento y de identidad. Si, como dices, la poesía es la conciencia y, además, trabaja para el olvido de uno mismo, no me arrepiento de ser débil y tener algo de conciencia.


A partir de ahí, es fácil presumir que el poeta que ha escrito estos poemas, es un ser que ha nacido cerca de la tierra, que vive en medio y rodeado de la tierra, o que vuelve a los paisajes abiertos en cuanto puede, un ser que no ha roto la conexión que creó en su día con sus paisajes, recibiendo para siempre la bendición de poder mirar y ver lo que le rodea, el polvo y el horizonte seco, la pradera verde, el árbol seco, la hierba que crece, el río, espejo todo de la vida.


Tus poemas nos dicen que todo es regalado, que nos acordemos de ello, que es cierta la belleza aunque lacere. Nos olvidamos a menudo que algo o alguien ha puesto ante nosotros un regalo que, a poco que lo cuidemos, es inagotable, un regalo que nos ayuda a vivir, a superar tristezas, y que nos da ejemplos a seguir.


Nos dices que la soledad viene de lejos: “En la hondonada, manchas de robles/agostado, la soledad desde que el mundo/es mundo.”, pero nos regalas también esa imagen de paz: “La tarde detenida,/transparente.” en la que es posible encontrar la mano amiga y estrecharla.


Das la bienvenida al júbilo de la palabra, al júbilo de la vida que se plasma en el claro de luna, en cualquier cuerda de violín, gozando de la demasiada luz hasta donde la vista alcance… y más aún.


Qué forma de definir el color del trigo: color de cera, más cera todavía si los trigos, según parece, están llegando bien, más cera todavía en el tacto suave y brillante de la cáscara y del tallo. También me ha llegado el tiemblo de las hojas de la acacia.


No vamos a detener nada, Fermín, ni las aguas ni las soledades, y bien cierto es que nos ha de sobrar la tierra, nos hemos de hartar con ella a nuestro alrededor o bajo nosotros. Sería bueno seguir tu consejo, siempre prudente, no desbrozarla en demasía, no herirla con saña.


Cuando leo un poema que refleja, siempre en parte, algo de lo que ha sido mi vida, tengo tendencia a sonreírme, en silencio, y reclamar mis propios recuerdos. Así me ha pasado con esos recuerdos de cuando eras un chiquillo. Yo no fumaba los brotes pelados de las zarzas, pero sí lo hacíamos con otros tallos. También cazaba cardelinas y cogíamos caracoles; las matanzas de cerdos eran un carnaval siniestro y chillón, solar de nervios y de fiesta. Me reconforta que mis nietos me pidan que les cuente historias de cuando yo era niño. Tal vez no se pierda todo, tal vez quede un recuerdo.


Te imagino sentado, en tu casa, con la ventana abierta, con la mirada buscando el misterio en el horizonte, con el oído y la piel rendida ante la casa, ante la penumbra, la sensación de dejar pasar el tiempo mientras se recompone tu equilibrio.


No hace falta, Fermín, que te pongas o nos pongamos del lado de la muerte, sabemos de antemano que será ella la que se ponga a nuestro lado. Solo espero que su abrazo sea suave, que me quite la respiración de golpe y se me lleve con la ayuda de un viento suave, del norte, pero suave.


El amor más profundo que he visto sentir a mi padre, es el que tenía por la tierra. Yo no lo he conseguido, pero creo que él la oía y hablaba con ella.


¿Quedará algo de nosotros en la mirada que posamos sobre los árboles que nos rodean?. Déjame, aunque no me lo crea, apuntarme a tu apuesta de que la mirada sea signo de presencia.


Obedecer a la tierra puede ser una rendición o una entrega, puede ser dejar todo en manos del tiempo. Me pregunto si en la consumación, podremos echar mano de la entereza. ¡Sería bello!


En esa casa de La Cuenca me gustaría pasar una tarde o un día entero, quedarme en lo esencial, contemplar el silencio que la habita, dejar pasar el tiempo y aún más, cualquier sonido, cualquier olor, abandonarme para ser.


¿No crees, Fermín, que en las losas de lavar puede quedar algo de esas vidas que arrastró la riada del tiempo hacia el olvido? Creo que los espacios que se han vivido conservan un rumor y el rastro de un olor que solamente podemos percibir los años bisiestos, con suerte.


Espero y deseo que los días en que tienes los ojos turbios sean los menos. Por otra parte, muchos, casi todos, son los días en que queremos que nos quieran y aunque el miedo sea libre siempre se queda agazapado, aunque creamos que lo hemos dejado atrás, perdido.


¿Podríamos hacer una torre con el dolor sufrido en cada mudanza? Si lo lográramos, tal vez podíamos dejar abandonado, bien arriba, el dolor más oscuro, el de la garra que se engancha en las entrañas.


Me maravilla que hayas podido sentir que el silencio te escucha y, además, largo rato. La inversión de papeles ha quedado hecha para siempre. A partir de ahora, intentaré verlo de esa manera.


Por último, hay que ver lo que puede contener un poema, mientras dura. Lo bueno, Fermín, es que el poema dura mucho al escribirlo, pero también dura al leerlo. Gracias.


Y así, paso a paso, poema a poema, he llegado hasta aquí. 


Me han quedado muchas ganas de volver a leer y volver a vivir esos momentos de silencio, de quietud de la tarde, de escucha de la naturaleza que trae el sosiego y deja los fantasmas en las periferias del horizonte.


Hasta pronto, Fermín.


Pamplona, septiembre de 2021.

Isidoro Parra.



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