CARTA ABIERTA Nº 3 A FERMÍN HERRERO.

Buenos días, Fermín, 

El año pasado, 2020, leí tu poemario ilustrado “Húrgura” que ahora acabo de volver a leer.


Lo recordaba con agrado. En su momento, me pareció un libro montado con mucha sensibilidad: por una parte, la de tus poemas y, por otra, la de las fotografías que lo acompañan, con las que también puede uno soñar y quedarse atado.


Ahora, al volver a leerlo, he tenido oportunidad de repasar las notas que ya había tomado hace un año, comprobar su vigencia en mis miradas actuales, confirmarlas o matizarlas, en algún caso desecharlas y sustituirlas por nuevos versos que se acoplan más a mis fantasmas actuales.


Así, paso a paso, verso a verso, he recorrido estas páginas, de alguna de las cuales quería decirte algo.


Me ha dejado un rato pensativo ese poema en el que asocias el ramo de flores enganchado a la valla del tren, renovado con frecuencia, con la persistencia del suicidio. ¿Quién no ha pensado en algún momento de su vida en ese arrebato, aunque haya sido solamente llevado por un exceso de romanticismo, o de desolación, o de hartazgo?. En cualquier caso, mi respeto para uno de los actos más valientes que uno puede acometer. Siempre es una sombra llena de luz.


A mi rostro han asomado más de una sonrisa al leer el poema en el que nos cuentas la voracidad de los pájaros cuando asolan los árboles de frutos rojos, guindas en tu caso. A mí me pasó hace unos meses con las grosellas. Desaparecieron en un solo día que dejé de mirar el jardín. Habrían alcanzado su sazón y yo no me di cuenta.


Es cierto, Fermín, que el futuro puede dar algo de miedo, pero también es una oportunidad de afrontarlo con una sonrisa y una mirada benévola, sobre todo si uno ha aceptado el límite personal que le trae, la inevitable finitud.


Algarabía de pájaros al amanecer y al atardecer. Imposible entenderlo. En ocasiones, puede traernos incomprensión y desasosiego, algo de temor también y siempre envidia por su vuelo.


Fermín, me pregunto, al leer algunos versos tuyos, si es posible pasar por la vida sin pisar nada. A pesar del amor que me inspira la naturaleza, la hierba, las flores, los caminos, me quedaría tranquilo si paso por la vida pisando solamente eso y acariciando o respetando a los humanos.


En las próximas semanas tendré los membrillos de mi jardín en la cesta, en el suelo por su peso, y en mi alma se habrá pegado una imagen, una gracia.


Tengo que reconocerte, Fermín, una enorme habilidad para ver la sencillez y la profundidad de todo lo que te rodea, por aparentemente nimio que parezca, y alma, mucha alma, para hacer nacer tantos sentimientos de esa sencillez. Me estoy refiriendo, entre otros, a las calandrias cuando trinan sobre el sembrado.


Hoy sin flor, mañana apuntando, pasado mañana con flor, al siguiente despidiéndose y al siguiente ya se ha ido; así es la flor del almendro y del membrillo y del manzano, …


Leo y leo estos poemas y se me queda un regusto de tus vivencias, de tus miradas, que acaban siendo una historia de vida, de horas y horas empleadas en observar, en ver lo que oculta la primera imagen, en intuir lo que se esconde tras la belleza.


Me gustaría esponjar mi cuerpo con las primeras gotas de lluvia, como nos cuentas que lo hacen las hojas del nogal.


Me reconcilia con el mundo la entrega silenciosa, oculta y nada pretenciosa, de esa fuentecilla oculta que suda en el ribazo y reverdece la hierba sin un nombre que exhibir, sin llamar la atención, en silencio.


No he llegado a sentir esa sensación de profanación de la que hablas, pero es cierto que cuando he tirado algún nido, al podar el seto, me he quedado mudo y lo he recogido con tiento, como intentando reparar no sé qué; en todo caso, un acto reverencial.


Creo que este tipo de poema en el que te has expresado en este libro te obliga a ser preciso, enunciado el decorado en los dos primeros versos para desembocar, en los dos siguientes, en el desenlace de la obra.


Mejor que hablar de lo que he sentido al leer este poema y dudando sobre si sabría expresar lo que he vivido al repasar cada verso, prefiero, con tu permiso, reproducirlo aquí y que los que lean esta carta saquen sus propias conclusiones:


“La flor es más que el fruto, aunque no cuaje, 

es más exacta y es más certeza. Porque 

la plenitud es frágil y en lo conseguido debe 

de haber cautela, cuando no encubrimiento.”


Miras las nubes y esa mirada te lleva a decirnos: “Dios, y qué distancia, qué lejanía la belleza, y nunca”, belleza y grandeza de lo inalcanzable, de lo que nunca podremos ser.


En algunos poemas he podido o he creído ver que cualquier palabra es importante, que todo es todo, el avellano y su sombra, una conversación, el poema.


Así lo he visto, Fermín. Gracias por estas horas tan especiales.


Hasta pronto.


Pamplona, septiembre de 2021.

Isidoro Parra.





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