EJERCICIOS DE TALLER IV. Un diálogo

CONVERSACIÓN EN VOZ BAJA

La tarde era luminosa, conservaba el calor del trópico y los últimos rayos de sol bañaban las fachadas de las casas del Malecón, en La Habana. Era primavera de 2008.




Nosotros recorríamos las murallas del fuerte que llaman El Morro, acariciábamos los cañones ya oxidados, visitábamos las salas que habían sido cárcel, ahora convertidas en museo.


En alguna de ellas, no recuerdo en cuál, coincidimos con una pareja que podrían tener una edad similar a la nuestra, tal vez algo más jóvenes. Pensamos que estaban haciendo un viaje similar al nuestro. 


Cuando comprobamos que hablaban nuestra lengua, hicimos gestos de acercamiento y cruzamos algunas palabras.


En una de las terrazas que dan a la bahía, con la potente y sugestiva imagen de La Habana frente a nosotros, volvimos a coincidir y nos regalamos palabras algo hiladas en las dos direcciones, casi una pequeña historia, nos presentamos y buscamos nuestros orígenes. Nosotros de Navarra, él de las orillas del Mediterráneo, artista, escultor por más señas; ella cubana, morena, guapa y discreta, sencilla.


Él había conseguido varios encargos de la Administración y podía lucir de numerosas obras al aire libre. Daba a entender que no solamente había tenido éxito como artista sino que también le había reportado buenos recursos económicos.


No llegamos a más.


Ella se acercó a nosotros, no recuerdo ya su nombre.


Txelo le preguntó si vivía en La Habana y algo debieron hablar sobre su relación con el escultor. La conversación la recuerdo así:


Tx.: - ¿Vives en La Habana?.


Ella: - Si, vivo en La Habana y trabajo en un ministerio.


  • ¿Os conocéis desde hace tiempo?.
  • Bueno, ya nos hemos visto alguna otra vez. Ésta, en concreto, es la tercera vez que estoy con él.
  • ¿Y tenéis planes de futuro?.
  • No, no creo. No me puedo engañar. Me da mucha vergüenza decirlo, pero la verdad es que soy su acompañante ocasional. Me paga por acompañarlo durante su estancia en La Habana –dijo, inclinando un poco la cabeza-.
  • ¿Eres guía de turismo?.
  • No, no es eso. Le acompaño en las visitas, como y ceno con él, me acuesto con él, aunque tengo problemas para ser admitida en algunos hoteles. Aquí, la vida es muy dura. No me siento orgullosa de lo que hago pero tengo que hacerlo en ocasiones. De todos modos, siempre elijo yo a mi acompañante. No me enredo con el primero que llega. Me gusta que sea una persona culta y que las cosas estén claras.
  • No tienes que darme ninguna explicación.
  • Lo sé, pero me ha parecido que podía hablarte de esto. Lo cierto es que no lo hablo con cualquiera, pero hoy no me siento bien y me has inspirado confianza.
  • Tranquila, no tienes por qué hablar más. Siento que las cosas sean así, pero puedes estar tranquila conmigo.  Sé que la vida es dura en Cuba. Lucha por tu vida y alegra la mirada.


Pocas palabras más, un abrazo, unas sonrisas y un hasta la vista.


Cuando nos alejamos, durante el resto del día, sentimos un peso profundo, una herida que por ser ajena no era menos dolorosa.




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