OTOÑO XIX. Negrilla


“Hoy el rocío borrará lo escrito en mi sombrero.”

Bashô Matsuo (Sendas de Oku: La despedida de la pareja de gaviotas)



Hay bosques con evocadores nombres que recuerdan otros destinos y otras densidades de color y aromas, pero también hay bosques más pequeños y más cercanos, bosques que tenemos a nuestro lado y que esconden pequeños tesoros en los rincones más inesperados.


Esta mañana otoñal y no menos brillante, estaba paseando por el bosque de encinas cercano a mi casa, cuyos árboles trepan por la ladera hasta coronar la cumbre de las peñas de Lizarraga. La vegetación es tupida hasta tal punto que los árboles y el matorral bajo forman una barrera impenetrable que, en los días de viento, me permite caminar abrigado por sus senderos, envuelto en el silencio que solo deja oír el crujido de alguna rama o la llamada de algún pájaro escondido.


Las zarzas, en los espacios que el boj deja más abierto, dificultan la marcha y me dejan alguna señal que mi piel recordará con escozor el resto de la semana.


Las encinas, reinas de estas tierras bajas, dejan algún espacio al acebo, al serbal y al arce.


Así, en medio de esa compañía me he adentrado por senderos más estrechos, donde la luz apacigua su intensidad y se abren espacios para la ensoñación.


Al pasar junto a un amplio matorral bajo, me ha llamado la atención una mancha de un verde brillante, una capa de musgo húmedo que cubre la tierra como un manto ceremonial.


En medio de esa maravilla, surge el reclamo de una belleza diferente, la de ese diminuto pero llamativo goteo de setas grises y blancas que justamente sobresalen del musgo para ofrecerse en plenitud a mis ojos, con toda la gratuidad que sólo la naturaleza es capaz de ofrecer, como botones de pálida luz en el brillante verdor del musgo.


Es tan singular la imagen que su belleza anula por completo mi intención de cortar este ramillete de negrillas que tanto me gustan y me regalo con su visión mientas mi cuerpo descansa de la subida.


Espero que alguien más siga mis pasos por este sendero y se detenga a llenar sus ojos y su espíritu con este sencillo regalo.


Amillano, diciembre de 2018.

Isidoro Parra.



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