OTOÑO XX. Abedul.


“Esta tarde el gran misterio lo han traído esas tres o cuatro hojas que quedaban aún en las ramas de un álamo: esa manera tan alegre, tan luminosa, de saberse frágiles.”

José Mateos (Un año en la otra vida)



Entre los árboles que pueblan el pequeño territorio de mi jardín, hay tres abedules que ya me acompañan desde hace más de quince años. Están plantados demasiado cerca entre ellos, pero esa cercanía le da al conjunto más densidad, más fuerza y volumen. Desde el interior de mi casa y desde el porche los observo día a día con ojos de búsqueda.


Hay momentos en los que me acerco para adentrarme en ellos, para acariciar sus hojas suaves que prendidas de las ramas más delgadas cuelgan como guirnaldas de fiesta en la espesura que crean.


Hojas y ramas forman un tupido y ligero manto que se rinde a la tierra, que me manda guiños de luz cuando el viento las mueve para que se abracen en un baile inimitable, tejiendo una coreografía de fantasías y suaves melodías.

 

Son bellos en cualquier momento del año pero ahora, en estos días finales del otoño, conservan sus hojas amarillas y marrones algunas semanas más que el resto de los árboles en un alarde de resistencia al letargo del invierno que se aproxima.


Hoy, sentado en el porche, me dejo atrapar por la belleza que sus hojas construyen en el aire y la suavidad del color llena mis ojos; me acerco y mis manos se dejan atrapar entre la caricia expectante, embriagadora, y la paz del silencio que nos rodea.


El momento que este abedul construye a mi alrededor me aísla por unos instantes del resto del mundo, de la realidad gris de las calles, de los lamentos amenazantes del dolor, de la ira que despierta el ruido, de las falsas ilusiones que no se cumplen, de las renuncias forzadas, del lamento de la desilusión.


Soy consciente de que vivo un momento que discurre fuera de la realidad, pero me pregunto si en nuestra vida no necesitamos algún paréntesis temporal de retiro en la naturaleza y en la belleza para poder sonreír cuando las sombras nos acechen a la vuelta de cualquier mañana y en muchos silencios preñados de renuncias.


Ahora y en este lugar, bajo este abedul que despide su ciclo anual, me reconcilio con el deseo de vivir y con la voluntad de darme a los que me rodean.


Amillano, diciembre de 2018.

Isidoro Parra.

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