CARTA ABIERTA Nº 1 A ANA CASANOVAS


Buenas tardes, Ana.


Pocas veces me había sentido tan impresionado por tanta valentía como la que nos ofreciste al leer tu poema “A-brazos que son casas”. Puede ser que tú u otros le pongan a tu decisión de leer en público la etiqueta de necesidad. Puede ser que sí y puede ser que no. En cualquier caso, hace falta mucha valentía: salir de las paredes al sol, para adentrarse en las penumbras de los recuerdos, buscar taponar la herida que sigue sangrando.


Por mi parte, quiero ofrecerte mi respuesta a tus versos. Para ello, me vas a permitir, Ana, que reproduzca, poco a poco, tal vez no con toda exactitud, tus versos y les vaya contestando.


Como verás, esto no es una crítica literaria. Corresponde más a la necesidad de dar una respuesta a tu gesto.


Comienzas tu poema con estas palabras:


Yo crecí usando mis brazos de casa. 


Me sale de dentro, desde mis propios recuerdos decirte que


Yo lo hice

intentando crear el hueco que nadie había preparado,

llenar un paisaje desconocido.


Dices,
Yo tardaba en conciliar el sueño,
Dices,
Dices,
Dices,
Dices,

He entrenado a los leones de mis miedos

a tumbarse a mirar por las ventanas.


Yo tenía suficiente con resistirme a ser entrenado,

a reservar algo de mi mismo para el futuro.

Las afueras me hacían tiritar.


Dices,

Me he acostumbrado a dormir al descubierto,

y mis brazos al anochecer 

han sido las dos paredes y también el techo 

de este único espacio al que llamar casa.


bajo la amenaza de voces y

atisbando los misterios.


Dices,

Para caminar sobre 

la cuerda de mis cartas 

amaestré a las pulgas de mis sueños

a soñar en los recreos 

que brazos ajenos me llevaban lejos.


Yo callaba y escuchaba,

maniatado por mis miedos,

intentado llegar a un nuevo territorio, 

deseado, no pensado por desconocido.


Dices,

Las fantasías crecieron.

Con ellas, los brazos se me alargaron 

y las perseguí a remo.


Yo tardé en crecer, 

en cuerpo y mente,

atrapado por las fantasías

cuyo alcance desconocía.


Se que la infancia

Es cuando las verdades son más verdades,

pero yo las atravesaba descalza.


Tengo que confesarte que,

en mi infancia,

apenas distinguía la verdad

de la mentira.


Dices,

Y a fuerza de cruzar atravesando

mis zapatos cogen polvo en los armarios,

porque me gusta dejarlos dentro 

para salir afuera.


Poco puedo hablarte de mis zapatos.

Allí en mi infancia,

solo tenía un par,

guardados para ir a misa,

y mis dedos asomaban

por la tela de las alpargatas.


En mis plantas cosquillean las plumas de las alas 

y la tierra de mis palabras me sostiene.


Me permito, compañera,

decirte que uses tus alas para volar,

que ya es tiempo de que las palabras

no nos aten a la tierra y al pasado.


Por mis costillas asoma 

aún la vergüenza de robar las sobras,

de ser un sparring, una niña alquilada 

y el comodín de mi madre.


Te lo ruego, amiga,

saca la vergüenza a las afueras

y abandónala.

El futuro será lo que tú quieras que sea.


Dices,

Podría hacer arena de los castillos

y rellenar con ellos palabras, 

para camuflar a mi normalidad de la del resto,

porque ellos me enseñaron a no tener cuerpo,

no tocar mis pensamientos, 

no dejar en mi piel un rastro de anzuelos,

y ocultar hasta de mí lo que me corre por dentro,

pero me he cansado de sacrificar 

a los dioses de los miedos mis versos.


Por experiencia te ruego

que entierres las miradas oscuras,

que uses tus pensamientos, 

libre como un ave real, 

y no lamentes ni enseñar,

ni ocultar, que al final,

siempre hay unos ojos 

en los que mirarse,

ahí, en lo profundo.


He cogido una almohada

con el olor de mi infancia para llorarla.


Me atrevo a decir, con osadía,

que no sacrifiques tu palabra,

que tienes mucho que decir

o contarte para escucharte

y quererte.


Dices,

Ahora estoy aquí, 

delante de las metáforas

para romper todos mis silencios.

Subo hasta la cima y grito

al horizonte que no se me llevaba

que he encontrado un hogar 

y he escogido una familia.


Me atrevo a decirte, Ana,

que no grites tan fuerte,

que los que nunca te escucharon

tienen los oídos cerrados a tu voz.

Para compensar, habla con amor

a los que te aman,

a la familia que has escogido.

A éstos, regálales una cerería.


Dices, Ana, para acabar,

Cuento a las montañas que tengo por delante

que he invitado a mis demonios a cenar 

y les he abierto los álbunes de todas mis caídas.

Y pongo velas 

a los amigos imaginarios que me salvaron la vida.

esta noche llevaré aún entre los brazos

miles de los anhelados abrazos

que en incontables ocasiones fueron mi cuarto.


Yo creo, Ana, que en ese final

de ese poema, que es una herida abierta,

estos versos tienen un mensaje:

estás perdonando, estás sanando.

Si mi experiencia sirve de algo,

te ruego, Ana, que hagas 

crecer ese perdón,

que te sane el perdón que das

y, como dicen en Colombia,

que la felicidad te atropelle.


Octubre de 2021.

Isidoro



 


Comentarios

  1. Primero. Bellos poemas conteniendo en su interior la angustia acumulada seguramente durante toda una vida. Por lo que entiendo, lanza al viento sus miedos para luego recogerlos y hacerse amiga de ellos y calmar así a sus demonios.
    Segundo. Me ha parecido una bonita idea por tu parte, el haber mezclado sus sentimientos con los tuyos y por lo que también entiendo, tratando de dulcificar sus penas para a su vez calmar las tuyas, como un posible amigo imaginario.
    La poesía siempre es bella aunque esté salpicada de sombras.
    Un abrazo tu amigo Tommy

    ResponderEliminar
  2. Gracias Tomás, esta respuesta lleva un retraso de seis meses, debido a que mi ignorancia en el uso de estas herramientas me ha impedido responderte a pesar de haberlo intentado. Hablaremos de lo que es capaz de contar la poesía frente a lo que es capaz de callar la vida. Un tema que puede dar para mucho.

    Abrazos.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares