CARTA ABIERTA Nº 3 A BASILIO SÁNCHEZ.


Buenas noches, Basilio.


Tengo la sensación de que la tarea de escribir cartas es oficio de nocturnidad o del alba, cuando todo está consumado o cuando surge la luz a nuestras espaldas.


Hoy quiero enviarte unas letras sobre tu poemario “Al final de la tarde”, publicado en 1998. En esta ocasión no dejaste transcurrir mucho tiempo entre tu libro anterior y éste. Quiero pensar que ya tenías el oficio y la necesidad de escribir metidos entre alma y piel.


Intentado resumir en unas frases la impresión de este poemario, te diría que podría llamarte poeta de los árboles, muy reflexivo, eso sí; también observador y testigo de la historia de tiempos sin nombre, poeta del azul y la memoria.


En “La casa junto al río” dices que escribes lentamente para que el tiempo pase. No es mala forma de pasar el tiempo. En la mayoría de las ocasiones te permite algo más que ver pasar el tiempo, si es que se ve. Dejar pasar el tiempo sin dejar de mirarlo, trae versos colgados de cada segundo, al menos a ti.


Hablando de árboles y del tiempo, de su paso y su presencia, me he quedado enganchado con esta imagen:


“Una mujer al fondo recoge con sus manos 

la piedad de la tierra 

mientras crece en silencio, sobre el lento 

corazón de las cosas, la sombra de los árboles”.


Te aseguro que, además de darte en la tristeza, te das en las palabras cuando, a mí, al menos, me arrancas una sonrisa o una parada en la lectura.


Hablando del tiempo y del otoño, no me puedo imaginar un otoño de una única hoja. Tiene que ser la desolación con mayúscula de lo que estás hablando, Basilio. Un otoño con una única hoja nos haría olvidar el nombre de la estación, nos haría perder la fe.


En ese mismo poema, “Cuestión de tiempo”, he has hecho pensar también en qué fue primero, si el silencio o su sospecha. Te confieso que he encontrado respuestas para las dos y no sabría decirte si me gusta más uno que otra.


No me gustan mucho los poemas largos, pero me he paseado más de una vez por “Canción votiva”. No es difícil imaginar la noche con estos versos tuyos:


“Sólo queda la noche.

En un jardín en ruinas sólo queda la noche, 

la doble oscuridad que proporciona 

la invasión de la zarza.

Sólo el ruido del agua, la música, el sonido 

de los árboles huecos, el latido de dios.”


Solemne y silencios, como un himno.


Me ha gustado mucho esa imagen del hombre “velando la intimidad del agua” desde la ventana. Como dices, tenía que llover mucho para que fuera necesaria esa vigilancia tan atenta.


He leído en tus poemas algunas biografías, como la de la piedra, que podían ser las de cualquiera de nosotros.


Gracias, Basilio, por estos paisajes a media luz, los idóneos para lanzar los pensamientos a volar.


Hasta pronto.


Pamplona, noviembre de 2021.

Isidoro Parra.

 

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