EJECICIO DE TALLER VIII. LAS PALABRAS, ¿SÓLAS O EN COMPAÑÍA?


LAS PALABRAS, ¿SÓLAS O EN COMPAÑÍA?


Uno de los problemas de la palabra es que se cree demasiado importante

Jesús Aguado: Diccionario de símbolos.


Hemos acordado escribir sobre las palabras, las duquesas del lenguaje, las señoras de todos los lugares, las reinas del universo, incluido del muladar, con un poquito de perdón.


Intentar explicar qué son las palabras, qué significan para los novelistas gruesos o para los livianos, para los poetas de poemas largos o de versos cortos, para los oradores de las tribunas o de los mercados, para políticos que no respetan a los votantes o para los que lo aparentan, para los mendigos casi mudos, para las aves que no vuelan, se me antoja tarea fallida; como intentar darle vueltas al estiércol en el muladar, vamos, y pongo el ojo en este espacio porque pienso en mí en mitad del fango, porque sería pretencioso pensar que podría aportar un nuevo giro, una nueva definición, salpicar el papel de alguna metáfora nueva, de un adjetivo inesperado, para hablar de la o las palabras, todo ello tarea imposible.


¡Hay tanto escrito sobre el tema!. A veces, cuando leo un poema que habla de las palabras o repaso varias veces un ensayo sobre las mismas, tengo la sensación de que el escritor, en general, les tiene miedo, como si fueran amazonas que cabalgan velozmente con sus arcos dispuestos a romperte el cuello, como el enemigo nunca vencido. Estoy convencido que algunos o todos los escritores intentan dar con la palabra justa pero diferente, poco usada pero fresca, llena de significados y ligera, precisa pero con posibilidad de interpretarla; es como si echaran el diccionario a un cedazo casi cerrado y, con mucho cuidado y tiempo, fueran dejando caer la morralla, eligiendo con unas pinzas aquellas palabras que les hacen guiños (no sabemos si de amor o de engaño).


Así que tarea terminada. Esto no da para más.


Después de unas horas, he pensado que tampoco una palabra sola, cualquiera que sea, es tan importante en sí misma, ni siquiera esas tan trascendentes: compasión, amor, vulnerabilidad, finitud, amistad, esperanza. Si uno elige una cualquiera de ellas, la puede mirar y sentir su orfandad, la soledad del manoseado y después abandonado.


Entonces he rozado la idea de que una palabra, cualquiera de ellas, necesita estar acompañada para ser, para alcanzar su plenitud, para expresar el mensaje que realmente te toca la fibra que más te duele, la que mantienes apartada pero te busca a la vuelta de cualquier noche de insomnio.


Después, he pensado que una misma palabra podía conducirte hacia una certeza o una duda, hacia la luz o la sombra, dependiendo de las palabras que le acompañan y, sobre todo, de la forma en que esas palabras están colocadas. ¿Acaso es lo mismo hablar de la lluvia torrencial en invierno que de la refrescante lluvia en agosto?. Poéticamente hablando, ¿es lo mismo hablar del sol del mediodía en el mes de julio que del sol del amanecer en el mes de abril?


He llegado a una conclusión: que la palabra cobra su significado y su grandeza, o su gracia, en la compañía de otras palabras, en su colocación en el grupo y no tanto en la soledad de sí misma.


Cuando intentaba escribir estas reflexiones, compartía mi tiempo con la transcripción de un diario de un viaje familiar a Ecuador en el año 2001. En ese diario, al final del mismo, anoté varios textos que, a modo de grafitis, se veían sobre los muros de Quito. Creo que transcribir aquí algunos de ellos, sencillos, es la forma de ilustrar lo que quiero decir: 


Pensemos en el amor, en un largo camino y en los besos. Cuando yo pensé en ello, de mi cabeza surgió un caos, pero la iniciativa popular, en Ecuador, decía:


AL FINAL DEL CAMINO DEJÉ QUE MI IMAGINACIÓN TE BESARA.


¿Qué podríamos decir de la credibilidad hacia los demás?, ¿hasta cuándo o hasta cuánto dudar?. Así lo resolvían los jóvenes ecuatorianos:


NO LES CREO NADA. VUELVAN A NACER.


¿Creemos en la labor policial?. Creo que esta pregunta tiene diferentes respuestas en función del territorio desde el que se formule. En Ecuador, los jóvenes respondían así:


SI LA POLICÍA ESTÁ DE TU LADO, CÁMBIATE DE LADO.


Y puestos a soñar en el poder de transformar el mundo o en el desaliento total, los ecuatorianos lo soñaban así:


Y POR QUÉ NO DEJAR QUE LA LUNA CAIGA?


Así que he concluido mi reflexión sintiendo que las palabras no son tan importantes como el conjunto que forman con otras, en las palabras que les acompañan y en la forma de combinarlas. Me alegro de que el grupo sea más que la suma de sus individualidades.


Tampoco me servirá de mucho, pero me consuela.


Pamplona, febrero de 2021

Isidoro Parra



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