CARTA ABIERTA Nº 8 A FERMIN HERRERO.


Buenos días, Fermín,


Esta mañana fría y seca de invierno, me he levantado con la intención de enviarte unas líneas con comentarios e impresiones sobre tu poemario “De la letra menuda” que leí ayer.


Creo que en este libro haces un ejercicio de concisión, de limpieza, en el que recorres los paisajes de tu vida, de la tierra que te vio nacer, recuperando palabras que van camino de caer en el olvido. Ese esfuerzo, por sí solo, le da carácter a estos poemas. 


Con ciertas palabras he sentido que se acercaba un viento antiguo con los olores y colores de mi infancia, mientras otras me han resultado desconocidas, pero no menos bellas por ello.


Entre las primeras, podría citarte manadero, zoquetas, zotal y su olor, serrucho, ventano, arrebujarse, rebullirse, blandear, embozo y relumbrar, corrusco, los hondos.


Entre las segundas, hontanar, nevazo, pingarse, citara, fato, cacera, esparceta, dalle, Isolina, changarro, taina. Son palabras no habituales en el paisaje de mis ancestros.


Encajadas entre esas palabras, has sembrado versos y estrofas para tenerlas presentes, como esa de que “en la belleza está la verdad” que me ha hecho pensar. No estoy seguro de que en la belleza encontremos siempre la verdad, pero sí lo estoy de que percibo en ella una parte de mi verdad, de mis deseos.


En otro poema dices: “Cuánto cuesta aprender lo conocido”. Estoy de acuerdo, Fermín. Nos pasamos la vida rodeados de personas conocidas y nunca acabamos de conocerlas. Tal vez la explicación esté en nuestra actitud de respeto al otro y, al mismo tiempo, de reserva para proteger nuestro propio ser del otro. También nos pasa lo mismo, al menos a mí, con las cosas que nos rodean y eso me hace sentir envidia de los científicos que todo parecen saberlo.


Me he encontrado con poemas que flotan, poemas para la paz del espíritu de media tarde, entre cuyas palabras es posible encontrar la paz. Me refiero ahora al poema “Empieza a clarear…”, con ese final:


“Cuanto hay. Toda palabra, 

Exceso. Está nevando, es suficiente.”


Otro poema me ha recordado el pensamiento que heredé de mis padres cuando me decían que siempre debía saber cuál era mi origen y mi sitio:


“Recuerda 

quienes fuimos, lo que que nos puso 

en pie. De lo contrario caerás 

como acostumbras por no ser 

menos que nadie, te pondrás 

en evidencia por un minuto de fortuna, 

de fama o de ridículo, tanto da.”


Mantener la tierra de los padres. ¡Qué empeño ponemos, qué tarea tan ardua!. ¿Aguantaremos?


Como siempre me pasa con la poesía, me he quedado clavado en estos versos:


“Cuanto más vulnerable, más cierto, como 

si golpeasen las olas tu conciencia.”


Asociar la vulnerabilidad con la certeza es reconocer la importancia crucial de las debilidades, es un homenaje al ser.


En “Con trapos viejos…” he camino contigo, a tu lado, para recorrer los paisajes de una vida.


Me han gustado tus poemas del mar, pero yo soy de tierra, Fermín. Tal vez por eso, me he detenido en el poema “los prados en pendiente…” y me he tumbado sobre el pasto, en la pendiente, contemplando el mar … pero desde la tierra.


Hace tiempo que no me asomo a un cementerio y eso gustándome, como me gusta, la estética de los camposantos, pero la veo acercarse de forma ineludible y, como un estúpido, intento evitarla.


Ha sido un bello y reflexivo recorrido por tus paisajes y por los míos.


Por ello, gracias, Fermín.


Hasta pronto,


Pamplona, diciembre de 2021.

Isidoro Parra.

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